No se casen con mis hijas

 

De matrimonios, culturas y apariencias

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Intelectual y cineasta, el francés Guy Debord (1931-1994) criticó hace casi 50 años “la sociedad del espectáculo” que deviene de la apariencia y la superficialidad. Extrapolada al ámbito familiar y a los tiempos actuales, “la sociedad del espectáculo” puede adquirir matices de pantomima cuando en una familia pudiente, de la alta sociedad, de “buenas costumbres” y de tradición religiosa, las imprevisibles situaciones que dan paso a la experiencia del amor amenaza al fascinante mundo de las apariencias.

Este es, con toda seguridad, uno de los mayores logros de Philippe de Chauveron, director y guionista –junto con Guy Laurent– de Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu? (extrañamente traducida en América Latina por No se casen con mis hijas), al crear cuatro inverosímiles escenarios de matrimonios mixtos que confluyen en el seno de la familia Verneuil, conformada por Claude (Christian Clavier) –un aguerrido notario gaullista–, Marie (Chantal Lauby) –una ejemplar católica– y sus cuatro hijas: Isabelle (Fréderique Bel) –abogada–, Odile (Julia Piaton) –odontóloga–, Ségolene (Émilie Caen) –artista plástica– y Laure (Élodie Fontan) –también abogada–.

“¿Qué te hemos hecho buen Dios, acaso nos merecemos esto?”, bien podría ser el grito ahogado de la pareja burguesa que asiste atónita, uno tras otro, a las nupcias de Isabelle con el musulmán Rachid Ben Assem (Medi Sadoun), de Odile con el judío David Benichou (Ary Abittan), y de Ségolene con el asiático Chao Ling (Frédéric Chau).

Torre de Babel

Una auténtica “Torre de Babel”, multiétnica y plurirreligiosa, parece erigirse en cada intento de encuentro familiar. Los lenguajes, los gestos y las sensibilidades, unas de tipo religiosa y otras de impronta cultural, evidencian cómo los preconceptos y las xenofobias han dejado de ser cuestiones externas y lejanas, a las que se aludía en tercera persona, para tornarse en asuntos cotidianos, cercanos y familiares, que necesariamente deben abordarse en primera persona.

Ante un panorama tan desconsolador para Claude y Marie, quienes representan –a veces con exageración– los anacronismos de un modelo familiar tradicional en franca decadencia y vulnerable ante los “inmigrantes invasores”, solo Laure, la menor, podrá “redimir el honor de la familia” si se casa con un francés 100% puro y por la Iglesia Católica. Infortunadamente para sus padres, sus intenciones con Charles (Noom Diwara), un afrodecendiente marfileño, agregará nuevos ingredientes de complejidad al cuadro familiar.

Sin lugar a dudas, la realidad de muchas familias contemporáneas, particularmente en Europa, no está muy lejos de las tensiones religiosas y culturales que plantea No se casen con mis hijas. El propio Chauveron ha admitido que la idea del filme surgió “el día en que me di cuenta, con estadísticas en mano, que los franceses son los campeones del mundo en las bodas mixtas”. También ha confesado que pertenece a una familia católica y burguesa que ha experimentado el encuentro con otras culturas: “he visto qué clase de problemas puede provocar una pareja mixta en un ambiente como el mío, ¡y eso que éramos más modernos que los Verneuil! Mi hermano estuvo casado con una mujer de origen magrebí y yo viví con una mujer africana. Y, por deformación de mi alma de guionista, empecé a imaginar cómo viviría algo así una familia que se viera obligada a aceptar ¡cuatro bodas mixtas seguidas!”.

Lo que bien podría ser un drama, Chauveron transforma en una original comedia que  no renuncia a la ironía y a la reflexión. “Creo que si la gente se ríe con esta película es porque intenta romper estereotipos y burlarse de esa sociedad francesa a la antigua y de un país en el que hay muchos matrimonios interraciales por año”, apuntó en una reciente entrevista.

Amor indómito

Con toda seguridad, los matrimonios actuales escapan a cualquier estereotipo o intento de determinación dentro de un “modelo ideal”. La realidad supera las apariencias y convoca a nuevas dialécticas, desde el reconocimiento de las diferencias, con mayor sentido ecuménico, con transparencia y apertura. Al fin y al cabo, el amor es indómito, florece porque florece.

ÓSCAR ELIZALDE PRADA

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