FRANCESC TORRALBA | Filósofo
Frente al criticismo instintivo y la credulidad pueril se impone la necesidad de reivindicar el valor de la crítica. La crítica es el arte de discernir, de separar lo esencial de lo accidental; se refiere a la capacidad que posee todo ser humano de distinguir y de priorizar. Exige criterio, pero a la vez flexibilidad, pues, cuando la crítica es verdadera, también se proyecta sobre los propios criterios.
La crítica no excluye nada ni a nadie; no se limita a un terreno o a un conjunto de creencias y de convicciones; se proyecta a todo cuando es; con la voluntad de sopesar la consistencia racional de lo que se comunica, la validez de los argumentos, la calidad de la persuasión.
El ejercicio de la crítica racional choca, con frecuencia, con el denominado principio de autoridad. El citado principio entra en acción cuando en el proceso de argumentación se defiende una tesis invocando una supuesta autoridad civil, cultural, científica o religiosa y, de este modo, se cierra el proceso de argumentación.
La actitud crítica permite poner en cuestión tal afirmación; lo que no significa negar la tesis, pero sí el modo de argumentarla. Lo que interesa en el ejercicio de la crítica es la indagación de la calidad de los argumentos, su consistencia lógica y los motivos que se aducen. La invocación de una autoridad es una fórmula habitual que ningún espíritu crítico puede asumir con comodidad.
Como ejercicio libre del espíritu, la crítica contiene la voluntad para desenmascarar los poderes que actúan en la realidad y, de un modo especial, los que están ocultos, pero dirigen los discursos y las acciones. En la mentalidad crítica, lo valioso no es valioso porque lo defienda una institución poderosa, o porque sea una verdad repetida históricamente durante siglos hasta la saciedad. Lo que da valor a una tesis es su lógica interna, independientemente de quién la formule.
Cuando la crítica alcanza su máximo valor, uno es capaz, también, de poner en entredicho los mismos criterios e instrumentos que utiliza para ejercer la crítica. Esta actitud es fundamental para no sucumbir al dogmatismo. Muy frecuentemente, el dogmatismo solo se entrevé en el interlocutor, pero no en uno mismo. Se critican con ahínco las tesis ajenas, pero se es incapaz de entrever las debilidades del propio discurso y de las propias opciones. Esta mirada capaz de relativizar y contextualizar las ideas es fundamental para evitar la caída en maximalismos y en extremismos dogmáticos que tan gravemente atenazan el mundo de la vida.
El ejercicio de la crítica es un factor de progreso social, cultural, científico y educativo. Cuando se somete a interrogación lo dado y se cuestiona a fondo, se parte del supuesto de que lo que hay podría ser de otro modo. En la crítica, subsiste un hálito de esperanza; especialmente cuando se desarrolla de un modo íntegro, que incluye una deconstrucción de lo dado y, posteriormente, una propuesta de reconstrucción.
La crítica destructiva tan solo desarrolla el primer movimiento, pero no indica los modos y los procedimientos para mejorar colectivamente. La verdadera crítica es también propositiva y se expone, de este modo, a nuevas críticas en un movimiento de depuración que es esencial para hacer progresar los sistemas y las instituciones.
Criticar es pasar por la criba lo recibido para evaluarlo y cotejarlo desde el propio pensamiento. Frente a la crítica instintiva y reactiva que únicamente busca la corrosión del otro, existe también la crítica propositiva capaz de pensar lo dado, ponerlo bajo la lupa del análisis racional y anticipar debilidades y posibles consecuencias. Necesitamos recuperar el auténtico valor de la crítica.
En el nº 2.958 de Vida Nueva.