Fuego amigo sobre el Papa


Compartir

José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

Nunca quedó del todo claro cómo fue posible que se produjese aquella metedura de pata planetaria del pobre Benedicto XVI cuando decretó el levantamiento de la excomunión de los obispos lefebvrianos unos días después de que uno de ellos, Williamson, negase en una entrevista televisiva la existencia del Holocausto. Algunos lo achacaron al fuego amigo, ese que provoca quemaduras de primer grado en la autoridad moral de quien lo sufre por la dejación de funciones de quien ha de servirle fielmente.

De la amargura de Ratzinger por aquella evidente falta de comunión/comunicación con sus colaboradores más cercanos (no, no era culpa de Lombardi, aunque también tenía quién le señalase con el dedo; al parecer, llevaba capelo cardenalicio), nos ha quedado una carta a los obispos de todo el mundo en la que, pese a la delicadeza del Papa teólogo, se evidencia que los jabalíes ya andaban hozando la viña.

Y aún andan sueltos. Ya sabemos que Francisco prefiere una Iglesia accidentada y manchada por salir a la calle que enferma de burocracia. Y da la impresión de que a quien fue obispo de las villas no le importa llenar de lamparones su sotana blanca por andar en medio de pecadores. Pero, tras los últimos quince días, se diría que no tiene quien proteja su exposición a pecho descubierto a tantos asuntos que antes ni se verbalizaban.

Ahí está lo de los disidentes en Cuba (curioso: no le gustó a Aznar que no tirase de las orejas a los Castro, él que desoyó a Wojtyla para ir a jugar a la guerra con Bush); la manipulación que hizo de su encuentro la funcionaria estadounidense encarcelada por negarse a oficiar bodas gais; o el bombazo del curial de Doctrina de la Fe que, pobre infeliz, le ha pegado un tiro en el pie a la causa de tantos homosexuales que buscan su sitio en la Iglesia. Bombas de explosión retardada por el uso que les puedan dar son también las cartas o llamadas telefónicas que atienden presuntos casos de abusos sexuales. La atención que presta el Papa no presupone que esté dictando sentencia, aunque la máxima sea la tolerancia cero.

En el hospital de campaña no pueden faltar los abrazos. Son el primer suero. Pero, como con Benedicto, algunos se frotarían las manos con un tropezón que socavase la inmensidad autoridad moral de que hoy goza Bergoglio.

En el nº 2.959 de Vida Nueva

 

LEA TAMBIÉN: