El duelo “duele”

El duelo “duele”

Consuelo Santamaría. Voluntaria y profesora del Centro de Humanización de la Salud CONSUELO SANTAMARÍA  | Voluntaria y profesora del Centro de Humanización de la Salud

Cuánto dolor lleva a cuestas la separación, la muerte, la pérdida. Un carrusel de emociones, de miedos, de dudas, de sentimientos profundos de abandono da vueltas y vueltas en el corazón del que sufre una pérdida. Todo se desvanece, todo se tambalea. “¿Por qué a mí? ¿Por qué siendo tan joven? ¿Por qué…?”. Esta pregunta, con frecuencia obsesiva, martillea el alma y aumenta el dolor.

Preguntas sin respuestas, preguntas que cuestionan el mundo de los valores, preguntas que modifican los esquemas personales porque arrebatan la seguridad, porque inoculan sufrimiento y desesperanza cuando la persona no encuentra respuestas. Y es que no hay respuestas. Son preguntas que encubren emociones como la rabia, la ira, la tristeza profunda y la desesperanza.

El duelo se presenta como un gran portador de sufrimiento, y es precisamente en esos momentos de desesperanza donde la persona puede dirigirse por caminos muy diferentes. En mi acompañamiento del duelo, tanto a adultos como a niños y adolescentes, así como en lugares y situaciones completamente diferentes, y con culturas diversas y distintas a la nuestra, he podido comprender las diferentes estrategias que la persona despliega para poder seguir viviendo y para recuperar la esperanza.

En sociedades como la nuestra, donde la muerte no se afronta como algo natural, he encontrado a personas que, sin creer, han deseado creer porque solo en Dios podrían alcanzar la paz y alimentar la esperanza de encontrarse algún día con ese hijo que habían perdido. También me he encontrado con personas de fe que no quieren ni oír hablar de Dios. Están profundamente enfadados con Él. Estas personas no han entendido que la muerte es tan natural como la vida. Por eso echan la culpa a Dios.

El comportamiento es diferente en sociedades muy pobres, que están sufriendo mucho, como en Sierra Leona, país en el que he estado trabajando precisamente para paliar el dolor por la pérdida, no de un ser querido, sino de muchos, porque el ébola se ha llevado poblados enteros (como un joven que perdió a toda su familia, en total 28 familiares, quedándose completamente solo). Aquí, ante muchas personas con duelos múltiples por este terrible contagio, he encontrado una gran capacidad de resiliencia y una fe profunda que les ayuda a vivir estas pérdidas, que van de la mano de su pobreza y sus miedos, desde otra perspectiva diferente a las sociedades marcadas por el consumismo y el llamado “bienestar social”.

El duelo “duele” a todos, pero las estrategias de afrontamiento cambian según las personas, las culturas, la situación personal o el estilo de vida. Aunque, en mi experiencia, he constatado que la fe es un factor determinante para recuperar la paz que la muerte nos arrebata a todos y reconducir el sentido de la vida.

En el nº 2.961 de Vida Nueva.

 

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