JOSÉ BELTRÁN | Director editorial de Vida Nueva
MIÉRCOLES 14. Converso con un diputado. Aplaude la labor de Cáritas, pero la desliga de la Iglesia. Como si admitir que son lo mismo significara denostar a la ONG. La religión prejuiciada como lastre a la credibilidad. Y a la modernidad.
VIERNES 16. Llego a casa. Cansado. Pero el libro me tienta: Antes. Después. Ni una letra. Solo imágenes que muestran cambio. Procesos. Proyecto. En unas basta el tiempo. En otras, voluntad. En la mayoría, acción y oración. En todas, la vida.
SÁBADO 17. Miro al suelo. Y las gotas de agua se confunden en pocos segundos. Mil niños en El Escorial. Imposible celebrar la Eucaristía en la explanada. Los agustinos abren el claustro del monasterio. Acogida en gratuidad. Gesto misionero.
DOMINGO 18. Caigo como un paracaidista en la parroquia de San Sebastián. Misa de niños. Ni una mención al Domund en la homilía. Olvidado en las preces. Ausente de las ofrendas y de la cuestación. Al finalizar, me acerco al párroco. “Lo haremos dentro de dos semanas. Empezamos ahora la catequesis y no les vamos a pedir dinero a los padres”. El Domund, reducido a un sobre. Y la animación misionera, a la papelera de reciclaje. Sorprende esa libertad para alterar el calendario en quien ensalza el orden como pocos, mima el miriñaque como nadie y airea la sotana al son de la catolicidad. Me despide con una palmadita en la espalda. Palmadita a una Delegación de Misiones que se deja la piel. Palmadita a los 13.000 misioneros españoles. Por la tarde, alguien me cuenta que no soy el único que alertó del olvido del Domund. Le dieron otra excusa. Otra palmadita.
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En el nº 2.961 de Vida Nueva.