JOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva
El 20 de octubre, el dominico Felicísimo Martínez presentaba en Madrid su último libro: Ve y predica. La predicación dominicana en los siglos XIII y XXI (Edibesa), “un tributo a la palabra y la predicación” publicado con motivo del Jubileo por los 800 años de la Orden de Predicadores (1216-2016), cuya celebración arrancará oficialmente el 7 de noviembre.
Durante el acto, el religioso leonés confesó que no cree en “la palabra vacía, fría, hipócrita, avinagrada, falsa, dogmática, insolente…”, sino en “la palabra honesta y en la predicación evangélica”. Han sobrado tantas de las primeras en la historia de la Iglesia que uno no deja de sorprenderse al ver cómo nuestros pastores –ya sea en este último mes dentro del Aula sinodal o desde el ambón cada domingo– siguen empeñados en desaprovechar la oportunidad y la responsabilidad de ser los portadores de la Palabra como “fuente de sabiduría y sentido para el ser humano”.
¿Hasta cuándo seremos sermoneados impúdicamente con gesto torvo y exhortaciones amenazantes en nombre de la Tradición o la doctrina? Ya que el Jubileo dominicano coincide con el Año de la Misericordia, no estaría de más aprovechar este hecho para que la predicación actual sea más misericordiosa, al menos, que la de hace ocho siglos.
En el nº 2.962 de Vida Nueva