“No fuimos participantes pasivos, sino corresponsables activos de una tarea común”
BALTAZAR PORRAS CARDOZO (arzobispo de Mérida, Venezuela, y padre sinodal)
Los discípulos de Emaús salieron de Jerusalén apesadumbrados. La inmensa mayoría de los que participamos en el Sínodo de la Familia volvemos con las alforjas llenas de alegría y esperanza, con el gusanillo de que lo que hemos compartido y recibido es un Tabor reconfortante que tiene por delante el desafío de volver a la realidad cotidiana para subir a Jerusalén.
La experiencia de tres semanas de trabajo intenso no ha sido algo inútil o sin sentido. Estuvo marcada por el llamado a la sinodalidad y la colegialidad, propias no solo del ministerio ordenado, sino de la exigencia común a todos los bautizados, potenciada en el compartir con hermanos de otras denominaciones religiosas, para quienes no hubo ningún secreto ni exclusión.
El estilo Francisco, en un clima de libertad total, de fraterno intercambio, de respeto mutuo y de búsqueda, nos invitó a ofrecer lo que tenemos: experiencias valiosas, inquietudes preocupantes, escenarios varios marcados muchos por el dolor y sufrimiento de pueblos enteros, de familias desgarradas por las exigencias de la pobreza, de la marginación, del destierro, en las que el desarraigo toca al corazón y a los valores, propios y ajenos, que no pueden dejarnos indiferentes.
El Papa nos acompañó en buena parte de las asambleas. Llegaba antes que muchos y se topaba con todos sin distinción ni preferencias. Un buen ejemplo de sencillez y cordialidad, necesarias en estas reuniones tentadas de formalismos. Quienes tuvimos la dicha y la carga de ser relatores vivimos un ambiente de trabajo, ciertamente, pero, sobre todo, de camaradería y de interés por respetar los muchos “modos”, las diferentes formas de pensar y expresarse de los círculos menores.
No fuimos “participantes” pasivos, sino corresponsables activos de una tarea común: ver la realidad con ojos de fe, iluminarla desde la Palabra y el largo camino de la reflexión teológico-espiritual y magisterial de más de veinte siglos, contrastadas con las realizaciones concretas, a las que fuimos compelidos a entender, asumir, acompañar y balbucear caminos a trazar. Me impresionó hondamente la humildad de buena parte de las intervenciones, tanto en el Aula como en los círculos, pues no estuvieron signadas por la imposición, sino por la búsqueda, siempre incompleta, de toda obra humana, asistida por la gracia.
La multiplicación de las sesiones menores, los círculos lingüísticos, es una adquisición de los dos últimos sínodos, lo que favorece la pluralidad y la participación, evita en buena medida la manipulación de los más poderosos en habla y pensamiento, y hace sentirse protagonista y no simple marioneta de algo previamente cocinado entre telones. Prueba de ello, la síntesis final, aprobada toda por mayoría calificada; y como era previsible, más normal y más saludable, que los asuntos más espinosos contaran con un grupo cada vez más minoritario, pero con voz y voto, que hace que la maduración sea producto de la convicción y no de la imposición. Se está dando una ruta hacia un mayor consenso en todo, tal como demuestran las síntesis de los dos sínodos sobre la familia.
Doctrina y misericordia
El clima en el interior del Sínodo era mucho más calmo y sensato que lo que apareció en algunos medios, lo cual también es normal. No se discutió la doctrina, bien conocida y aceptada, sino su aplicación en este mundo cambiante de hoy. La misericordia no es claudicación, sino bien superior que pone la salvación más allá de la norma y la prohibición.
La excomunión no lleva al diálogo, sino a la condena. Toda la vida de la Iglesia y los sacramentos son, deben ser, instrumentos de crecimiento y madurez, no de anatemas y expulsiones. Es comprensible que permanezcan vigentes dos maneras, con diversos matices, de ver las cosas. Una deductiva, desde lo ya adquirido y conceptuado, etiqueta quién está dentro o fuera. Otra inductiva, que parte de la realidad que interpela el Jesús que viene a traer vida y no muerte. Es el lenguaje de las teologías que atraviesa también el pensamiento moderno, llamado más a la inter y multidisciplinariedad del pensar y de las ciencias humanas.
Es el llamado a retomar el camino del Vaticano II a medio siglo de su conclusión. Ha sido el mensaje y la exigencia del papa Francisco, a cuya vera, cum y sub Petro, todos tenemos algo, mejor mucho, que decir y hacer. El Sínodo ha cerrado su puerta celebrativa; queda por delante el camino operativo que debemos trillar con alegría y esperanza. Menuda pero apasionante tarea, para que la Iglesia ofrezca pasión y servicio por el bien de la humanidad en un mundo aparentemente desilusionado y sin rumbo.
En el nº 2.963 de Vida Nueva
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