Una obra de Amos Oz (Siruela) La recensión es de Pedro Barrado
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Título: Judas
Autor: Amos Oz
Editorial: Siruela
Ciudad: Madrid, 2015
Páginas: 303
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PEDRO BARRADO | Amos Oz forma parte de esa distinguida nómina de escritores calificados de eternos aspirantes al Premio Nobel de Literatura. Con esta obra, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007 vuelve a la novela, que en algunos aspectos recuerda un extraordinario relato autobiográfico que el propio Oz publicó en 2010: Una historia de amor y oscuridad (Siruela).
En esta ocasión, tres hilos se trenzan para constituir el relato. El primero son las relaciones entre los personajes principales: Shmuel Ash, un joven estudiante taciturno y dubitativo que ha abandonado sus estudios; Atalía, una viuda que bien podría haberse llamado Mara (Amarga) y que cuida de su suegro; y este mismo, Gershom Wald, que por las tardes se dedica a hablar con algunos amigos por teléfono deslizando numerosas citas bíblicas (conocidas gracias a las notas que introduce la traductora, Raquel García Lozano). La historia se desarrolla durante el invierno de 1959 en una casa del callejón Rabbí Elbaz, en una Jerusalén dividida en dos zonas –árabe y judía– y en conflicto.
El segundo hilo está constituido, precisamente, por las relaciones entre israelíes y palestinos. Algunos personajes de la novela –todos ellos judíos– defienden posturas bastante diversas frente al recientemente creado Estado de Israel en 1948: desde el abierto y polémico rechazo del difunto padre de Atalía –Shaltiel Abravanel, un judío sefardí–, que le valdrá ser tachado de traidor por sus propios paisanos, hasta la defensa –quizá resignadamente convencida– de Gershom Wald, que incluirá tener que cargar con la muerte de Mija, su hijo y esposo de Atalía, caído en combate contra los árabes cerca de Jerusalén.
“Yo te digo –le confiesa el viejo Wald a Shmuel Ash– que dos hombres que aman a una misma mujer, dos pueblos que reclaman una misma tierra, aunque se tomen juntos ríos de café, esos ríos no apagarán su odio ni lo ahogarán las aguas caudalosas” (p. 141; obsérvese la alusión a Cant 8, 7, donde paradójicamente se habla del amor).
Jesús visto por los judíos
Por último, el tercer hilo de la trenza narrativa lo constituye Jesús, más concretamente Jesús visto por los judíos, tema que preocupa al joven Shmuel Ash. E incluso, más que el propio Jesús, su discípulo Judas (de hecho, el título hebreo original de la novela es Evangelio según Judas, expresión que aparece en la p. 295). La figura de Jesús es presentada como la de alguien discutido y que los judíos no deberían dejarse arrebatar ni, por supuesto, atacar.
No hay que olvidar que el tío-abuelo de Amos Oz es Joseph Klausner –citado un par de veces en la novela–, uno de los primeros autores judíos de la época moderna que, en 1922, dedicó un libro a Jesús (Jesús de Nazaret. Paidós, Barcelona, 1989). El personaje de Shmuel Ash lo llega a calificar de “un judío reformista, un judío fundamentalista, no en el sentido fanático del término fundamentalista, sino en el sentido de vuelta a las raíces más puras. Él deseaba purificar la religión judía de todos esos apéndices ceremoniosos y vanidosos que se le habían adherido, de todos esos forúnculos que la casta sacerdotal produjo y que los fariseos engordaron” (p. 119).
Pero quizás el mayor interés se centra en la figura de Judas, que es interpretado por algunos personajes de la novela como el discípulo de Jesús que más creyó en él, incluso el único que realmente creyó en él. Estaríamos ante un planteamiento muy similar –por supuesto, desde una perspectiva completamente distinta– al del Evangelio de Judas, un apócrifo de tipo gnóstico, del siglo IV, cuya publicación en 2006 levantó un notable revuelo mediático. El interés por Judas procede, sin duda, de su consideración como la figura del traidor por antonomasia. Lo que Amos Oz hace en realidad es reivindicar esa figura, siempre que sea por “coherencia”.
Así, por una parte, Judas es la mejor representación de los judíos, considerados secularmente como traidores y deicidas por parte de los cristianos; por otra, es justamente la fidelidad a su maestro –convenciéndole de que suba a Jerusalén y se deje crucificar allí, para que el Reino de Dios pueda hacerse presente– lo que hace que Judas Iscariote acabe siendo tachado de traidor, igual que le sucede al personaje del padre de Atalía, en este caso por sus ideas pacifistas y utópicas con respecto a la creación del Estado de Israel (téngase en cuenta que Amos Oz fue cofundador, en 1978, del movimiento pacifista Paz Ahora).
El lector de esta gran novela podrá disfrutar de unas magníficas páginas literarias, que le darán ocasión para reflexionar sobre el doloroso conflicto árabe-israelí y sobre las figuras de Judas y Jesús.
En el nº 2.964 de Vida Nueva