JOSÉ BELTRÁN | Director editorial de Vida Nueva
MIÉRCOLES 18. Paseo por una villa de Buenos Aires. No huele a oveja, sino a aguas estancadas. Aparente tranquilidad. Nos acompaña Coco, hermano salesiano al que respetan y en el que creen. No en vano, junto con unas misioneras franciscanas, ha impulsado una de las cooperativas de cartoneros que más han ayudado a los que no cuentan para quienes se disputan la Casa Rosada. A esos que les da igual que toda una generación de jóvenes se pierda por estar enganchados al paco… Al cruzar una esquina, me pego un susto. Suele ocurrir cuando uno se topa de frente con la pobreza. Está colocado. Cruzamos las miradas. Toda una generación.
JUEVES 19. Dos horas en barco son suficientes para llegar a Montevideo. Allí espera el secretario general del Episcopado, con mochila al hombro y pectoral de madera enganchado en un cordón de cuero. Un look inusual para un prelado. Así es el obispo Heriberto Bodeant. “Somos una Iglesia pobre pero libre, lo dice siempre el cardenal Sturla”. Y ellos lo cumplen. En el país más secularizado, se han ganado la confianza de las instituciones y los periodistas. En el tú a tú. Lo compruebo de noche, durante la presentación de Vida Nueva Cono Sur Digital.
VIERNES 20. Termina la Plenaria de la Conferencia Episcopal. La sigo desde el aeropuerto. Uno, que se hace sus películas en la cabeza, esperaba un anticipo electoral. No lo hay. Y, en el fondo, me alegro de que se siga la tónica de las autonómicas. Quien quiera programa electoral eclesial, que se lea Iglesia, servidora de los pobres.
DOMINGO 22. Karina está de paso por Madrid. Ha terminado sus estudios en Roma y regresa a Perú. Los controles en los aeropuertos nos llevan hasta el yihadismo. Y de ahí, al desarraigo de quienes caen en sus garras en Europa. “Es el fruto de la exclusión, el vacío de valores que viven los jóvenes, los efectos del síndrome de Peter Pan”. No puedo más que darle la razón.
MARTES 24. Víspera del viaje a África. Nadie ha conseguido hacerle desistir al Papa de visitar República Centroafricana y dormir allí. No ha aceptado la seguridad extra que le ofrecían franceses e italianos. Se mantiene en su tesis de no vivir en un palacio de cristal alejado de la gente. Aun con el alto riesgo que conlleva. Más que un gesto. Eso sí, admite el chaleco. Algo es algo.
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En el nº 2.965 de Vida Nueva