CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Entre la ambigüedad y el cinismo se van ofreciendo opiniones acerca de la respuesta que se ha de dar a los atentados del pasado viernes 13 en París, en particular, y a las acciones terroristas perpetradas por algunos grupos extremadamente integristas del islam en diversos momentos de una historia muy reciente. Desde los extremos más radicales, que van de la liquidación de todas las religiones, hasta el relativismo indiferente y a un buenismo inoperante.
Entre una y otra exageración, ambas rechazables por injustas, sea por desmesura o por una abulia culpable, aparece, en discursos, proclamas y opiniones de la gente, mucha ambigüedad y falta de compromiso. Se matizan los imperiosos deseos de guerra con la justa defensa ante el agresor. Se eliminan totalmente los términos de perdón y hasta los de diálogo y entendimiento entre los países en conflicto y la intervención de las grandes organizaciones internacionales y de las necesarias acciones diplomáticas.
Se clama por la paz, pero con palabras y gestos de guerra y violencia. Casi rayando en lo del ojo por ojo y bomba por bomba. El papa Francisco ha hablado con mucha claridad y contundencia: “Una guerra se puede justificar, entre comillas, con muchas razones. Pero cuando todo el mundo, hoy en este día, está en guerra, una guerra mundial, a trozos, aquí y aquí, por todos los lados, no existe justificación alguna. Y Dios llora (…) ¿Qué queda de la guerra, de esta guerra que estamos viviendo? Ruinas, muertes inocentes, tráfico de armas (…). Habrá que pedir la gracia de poder llorar por este mundo, que no reconoce el camino de la paz y vive para hacer la guerra, con el cinismo de decir que no la hace”.
La barbarie de los atentados deja consternación y miedo, no solo en Francia, sino en todo el mundo, y el Papa seguía diciendo: “Quiero reafirmar con vigor que la vía de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad, y que utilizar el nombre de Dios para justificar esta vía es una blasfemia”.
También, con claridad y firmeza, el presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Ricardo Blázquez, subrayó al inaugurar el pasado día 16 la Asamblea Plenaria, que los atentados de París están provocando antiislamismo y hasta islamofobia. Ni los inmigrantes ni los refugiados pueden pagar pecados que no tienen. Las puertas tienen que seguir abiertas para aquellos hombres que no buscan sino un poco de cobijo y de bienestar para ellos y sus familias.
En el nº 2.966 de Vida Nueva