Una obra de Santiago Agrelo (PPC) La recensión es de Jesús Sastre García
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Título: Emigrante: el color de la esperanza
Autor: Santiago Agrelo
Editorial: PPC
Ciudad: Madrid, 2015
Páginas: 358
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JESÚS SASTRE GARCÍA | Santiago Agrelo es franciscano y doctor en Teología (Liturgia). Profesor en Roma y en Santiago de Compostela, ha alternado la docencia con la pastoral parroquial y los cargos dentro de su orden. Desde 2007, es arzobispo de Tánger y conocido en muchos ámbitos eclesiales y laicos por su decidido compromiso con los inmigrantes africanos que buscan pasar a Europa.
Autor de numerosos artículos, aquí nos anuncia que “este libro está escrito solo para abrir los ojos y el corazón, de modo que veamos a los invisibles y se nos hagan presentes los ignorados” (p. 6); y nos aclara que no tiene prólogo, sino un “umbral” que hay que traspasar para acoger todo lo que viene a continuación, que es de muchos colores. “¡Todo es del color de la esperanza con que vivimos!”, concluye.
Estas páginas están escritas desde la vida y el corazón de pastor de la Diócesis de Tánger, testigo “asombrado y apenado” de que en las fronteras del sur de Europa se vulneren los derechos humanos. Fronteras que, en veinte años, se han cobrado la vida de 20.000 personas, lo que indica el fracaso de las medidas adoptadas.
Iluminando esta dolorosa realidad desde el Evangelio, el libro arranca con cinco denuncias y termina con cuatro propuestas. Las páginas intermedias recogen 83 escritos distribuidos en tres secciones; son cartas del obispo a las comunidades de Tánger al hilo del año litúrgico o de otros acontecimientos.
La obra está llena de vida, rostros e historias de tantas personas que han experimentado la necesidad de emigrar para lograr una existencia digna. Lo más sugerente es cómo en cada página se entrelazan los acontecimientos cotidianos, la vivencia de la liturgia y el celo del pastor de la diócesis. “No es mi misión entrar en debates de política, de filosofía, de antropología, ni siquiera de teología. A mí se me pide que, ‘con la palabra y el ejemplo’, guíe al pueblo que se me ha confiado; a mí se me ha pedido ‘vivir para los fieles’, ser entre ellos como el menor y como el que sirve, proclamar a tiempo y a destiempo la Palabra de Dios. Este es el mandato que he recibido: ‘Ama con amor de padre y de hermano a cuantos Dios pone bajo tu cuidado, especialmente a los presbíteros y diáconos, a los pobres, a los débiles, a los que no tienen hogar y a los inmigrantes” (p. 177).
Cuidar de Dios en el pobre
Este libro es un recuerdo a la Iglesia entera de lo que debemos y podemos hacer en la acogida a los emigrantes y refugiados “para que la vida no niegue lo que la boca confiesa”. El hilo conductor de todo lo que se dice yo lo he encontrado en este breve apartado: “¡Sorpresa!: llamados a cuidar de Dios en los pobres” (p. 51).
El lenguaje es profundamente experiencial y celebrativo (anticipación profética y esperanzada de la plenitud del Reino). Constantemente se nos invita a vivir “con los ojos puestos en el futuro” y a discernir las prioridades y opciones en la acción pastoral. En esta ingente labor reconoce el pastor de la diócesis que los Institutos de Vida Consagrada son los que han asumido mayores responsabilidades y derramado más esfuerzos.
Como ejemplo, los capítulos 21 (pp. 177-183) y 24 (pp. 198-204) son impactantes. El título de este último lo dice todo: “Con Cristo en la frontera”. Es una clara denuncia profética de la violencia contra los inmigrantes. Y nos advierte a los cristianos del primer mundo: “Para nuestra confusión, a los cristianos demasiadas veces se nos encuentra cerca del poder y lejos de los pobres. Ni siquiera nos damos cuenta de que, por ese camino, nos excluimos de Jesús, nos quedamos lejos de su Evangelio” (p. 203). Unas páginas más adelante añade: “Antes de poner la ofrenda sobre el altar, todos habremos de pasar por la frontera de Mauritania para que nos perdonen los negros entregados allí, con nuestro dinero, a un destino de muerte” (p. 244). Este texto pertenece a un escrito publicado en Religión Digital y que molestó mucho a un lector. Ya se sabe, siempre que se concreta y uno se posiciona se dan estas reacciones.
Página tras página, de una u otra manera, el hermano Santiago confiesa cómo la realidad vivida y asumida puede cambiar “no solo la percepción, sino el corazón y el compromiso”. La falta de credibilidad “como pastores” viene “por la impresión que damos demasiadas veces de ocuparnos de doctrinas y no de personas, de ideología y no de pobres, de principios y no de tiempo, mente, corazón y manos: hemos sido ungidos para amar” (p. 294).
Estamos ante un tema de actualidad: emigrantes y refugiados. Si nos contagia la pasión con que ha sido escrito este libro, nos ayudará a cambiar la mirada, a orar en silencio y a cuestionar nuestra inacción. En definitiva, nos hará más cristianos.
En el nº 2.968 de Vida Nueva