La misericordia empieza por casa


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

Decretar un Año de la Misericordia siendo esta parte sustancial de la vivencia de la fe, que Jesús la derrochó generosamente –“quiero misericordia, y no sacrificios”–, podía parecer una perogrullada, salvo que andemos justitos de ella, como ha comprobado en sus carnes el Papa. “La misericordia cambia al mundo”, ha dicho Francisco. Pero, como el mundo, la Iglesia también está necesitada de misericordia.

“La Iglesia necesita de este momento extraordinario. No digo: es bueno para la Iglesia este tiempo extraordinario, no, no. Digo: la Iglesia necesita de este momento extraordinario”, acaba de subrayar el Papa en una catequesis. Algunos pueden pensar que es una llamada a estar solícitos y transigir con actitudes que antes topaban con el rigor. Y creen que cumplen abriendo la mano para perdonar a divorciados vueltos a casar que comulgan a hurtadillas o a las mujeres que han abortado, algo que ha escandalizado mucho… Y esto, durante doce meses y ya está. Punto.

Pero también quienes están acreditados para dispensar la misericordia necesitan de ella. Y del perdón. No le dolieron prendas a Francisco en pedirlo en público cuando las intrigas vaticanas pusieron en aprietos al mismo Sínodo. El “mirad como se aman” no se oye en el Vaticano mientras el Papa insiste en el “no así vosotros”. Seguro que Francisco está deseando sellar con misericordia los labios del dicharachero obispo de Ferrara, por ejemplo.

Ya ha tenido un gesto misericordioso con los lefebvrianos, a los que permite dar la absolución en este año de gracia. Estaría bien que algunos de nuestros obispos que han hecho llamadas para que algunos de nuestros teólogos no se acercasen por sus diócesis, aprovechasen este año para invitarles ahora a tomar unas yemas de Santa Teresa, pongo por caso.

En el nº 2.969 de Vida Nueva

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