La Iglesia tras el 20-D


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José Lorenzo, redactor jefe de Vida NuevaJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

La jornada electoral del 20-D deja un novedoso e incierto panorama del que, por otras razones, participa la Iglesia. Los resultados ofrecen la primera vez de muchas cosas tras cuatro décadas. También es la primera vez en los últimos años sin estériles polémicas sobre preferencias electorales de la Iglesia; y es (o puede ser) el principio de una etapa donde, más que marcar el rumbo, aspire simplemente a acompañar en la travesía y a empujar en las cuestas.

Algunos aún ladean la cabeza porque no han oído a los obispos pronunciarse sobre el voto. Son los que no quieren bajar del púlpito, aunque no lleven sotana, y que se niegan a ver que cualquiera de las formaciones que se reparten la tarta parlamentaria –incluidos Podemos e Izquierda Unida– tienen más votantes cristianos que ese partido que se presentó como defensor de los valores y no rascó ni un escaño en el gallinero.

El voto cristiano está fragmentado porque ya no se vota como se comulga, aunque tampoco se comulga con lo que se vota. Son esos que no ven que cada vez más laicos hablan sin ser (ni parecer) obispos desde Cáritas, Manos Unidas o congregaciones religiosas. Si hubiesen estado atentos, los hubiesen escuchado en la última semana condenar la pobreza, la degradación del planeta o ruborizar a los políticos con el drama de los refugiados…

La realidad trastoca los esquemas de quienes se han quedado enganchados en un tiempo que ha doblado la esquina. Pero el eterno retorno de lo cotidiano nos regala vivencias con sabor a dejà vú, situaciones con olor a transición política y eclesial. En ambas se necesita inteligencia para no ir dando palos de ciego y aprovechar la experiencia atesorada con la que recuperar del desencanto a tantos que, en la Iglesia o en la sociedad, se han quedado en la cuneta.

En el nº 2.970 de Vida Nueva

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