ROSA PORTA | Compañía Misionera del Sagrado Corazón
La noticia de la previsible canonización en 2016 de la Madre Teresa de Calcuta me llena de alegría. Tuve la suerte de conocerla en la India, en el Gujerat, en donde pasé 30 años como enfermera en una leprosería. Las Misioneras de la Caridad tenían cerca una casa de acogida, por lo que la Madre Teresa venía con frecuencia a visitarnos. La recuerdo en nuestro hospital, saludándonos para, inmediatamente después, decirme: “Rosa, anda, vamos a dar una vuelta y ver a los enfermos”. Para ella, los enfermos eran siempre lo primero.
Indudablemente era una mujer muy carismática, con una llamada muy fuerte de Dios en favor de los pobres, de los desvalidos, de los más pequeños. Aún parece que la estoy oyendo, llena de determinación, pedir a las autoridades que acabasen con aquella práctica que desechaba a las niñas porque en la India prefieren a los hijos varones para evitar la carga de tener que proveer a las jóvenes de una dote para casarlas. “Yo sé que vosotros, a las niñas, no las queréis, las desecháis antes de nacer. Yo os pido que nazcan y que me las deis a mí”, les dijo.
Por eso, y por su defensa de los últimos, por su servicio infatigable a su causa, que defendió por todo el mundo y ante los foros más importantes, estoy convencida de que la Madre Teresa de Calcuta ha sido una profetisa de nuestro tiempo. Y su testimonio, su ejemplo, sigue siendo muy necesario en un mundo con el nuestro, que anda tan necesitado de misericordia, donde cada uno va a lo suyo, donde tantos gastan sus energías en ver cómo pueden ascender más en su trabajo, ganar más dinero, olivándose lo que tienen a su alrededor, sin caer en la cuenta de lo hermoso que es darse a los demás y ser misericordiosos, como lo fue el mismo Jesús.
Y eso es algo que podemos hacer en cualquier ambiente, allí donde nos encontremos, como también me lo hizo ver la próxima santa de la misericordia cuando, con el desgarro que me producía la noticia, pues la India y sus gentes, me habían enganchado, le comuniqué que tenía regresar a España y dejar a los leprosos. Ella me cogió de la mano, me puso en ella una medalla de la Virgen y me dijo: “Rosa, vete. ¡Allí también tienes mucho que hacer!”.
En el nº 2.970 de Vida Nueva