Zancadillas en la curia


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No le falta razón al obispo Gines García Beltrán cuando, en la entrega de los Premios ¡Bravo!, afirmó que “no somos los mejores comunicando, pero sí que comunicamos lo Mejor”. Aunque incluso cuando se tiene a un crack de la comunicación como es el papa Francisco, resulta que lo suyo no acaba de calar, tampoco en la Iglesia, y no porque no hable claro.

Sin ir más lejos, recupera la misericordia, le dedica un año en la Iglesia, se entusiasman los fieles, que sí le pillan el significado, y hay obispos que se molestan porque alguien ha nombrado a sus curas para ser misioneros de la Misericordia y nadie se lo había comunicado antes. Les pasa incluso a esos pastores que sintonizan con el estilo de Bergoglio, que estarían más que dispuestos a arrimar el hombro en este Año de la Misericordia, pero que se han sentido desplazados. No lo dicen, pero cargan la culpa al Papa. Se sienten dolidos con unos modos que no identifican con su carácter, aunque quizás sería más adecuado buscar las responsabilidades en la curia, que no furia, que a veces el corrector juega malas pasadas y ofrece esta palabra como variante. Curioso, sí.

Dos furias, perdón, curias, conviven ahora en el Vaticano, una en funciones, y otra sin ellas pero que tiene que dar el soporte que el Papa no encuentra para las reformas que quiere hacer; ambas estorbándose, atascándose, molestándose, zancadilleándose, intrigando con lo que el Papa decide a unos cuantos pasos, atando salidas airosas para pastores mediocres o abiertamente dañinos para sufridos fieles y presbiterios, o concertando visitas que, sin refrendar nada, pueden llegar a sostener la esperanza de los descontentos y provocar el cansancio de algunos buenos. Y todo ello, a pocos metros de Santa Marta. Con estas papeletas, sí, lo Mejor es difícil que acapare titulares.

En el nº 2.974 de Vida Nueva

 

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