Todavía en el gueto


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El gueto es la tentación de todo grupo que se siente acorralado, incomprendido, denostado, humillado. El victimismo, en esas circunstancias, llama a la puerta y aprovecha resquicios por los que colarse, ocupando espacios hasta cerrar filas frente a lo de fuera, al exterior. Esta tentación ha sido recurrente en los últimos años en nuestra Iglesia en España, y por varias razones. Pero ya no tiene sentido. No es que el contexto sociocultural haya cambiado, no.

Ni en España ni en la mayor parte de un mundo cada vez más secularizado. Pero no por nada el papa Francisco insiste en pedir que la Iglesia salga de sí misma, que abandone las sacristías y vaya al encuentro de la gente, aunque se accidente en el camino. Se trata de ser fermento en la masa. Pura vieja evangelización, la que la gente común siente y palpa. Fuera los miedos y los complejos. Porque no hay nada que ocultar, ¿verdad?

Pero la tentación es muy fuerte, como acabamos de ver en las recientes jornadas de delegados de enseñanza que organiza la Conferencia Episcopal Española. O, al menos, esa es la impresión que se tiene cuando se ojea su programa –muy interesante, a primera vista–, en el que se propone abordar algo tan urgente y necesario como conocer los retos que para la enseñanza de la religión en la escuela va a tener la nueva situación política y social.

La decepción bien cuando se observa que quien va a desgranar esos retos, a ofrecer pistas, claves, intuiciones, diagnósticos, es el representante de un partido político, y precisamente de aquel que, aun habiendo ganado, ha dejado esfumarse su posibilidad de formar gobierno. ¿No hubiese sido mejor, además de al representante del PP, invitar a los del PSOE, Podemos y Ciudadanos? ¿Que no quieren venir algunos? Pues que se retraten. Asistimos a un tiempo nuevo y la Iglesia no puede quedarse al margen, encerrada, para lamerse las heridas.

En el nº 2.976 de Vida Nueva

 

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