“Francisco y Kirill: No somos competidores, sino hermanos”
ANTONIO PELAYO | Un abrazo cambia a veces la historia. En la España del siglo XIX, el Abrazo de Vergara, que se dieron los generales Espartero (partidario de Isabel II) y Maroto (defensor de los derechos monárquicos de Don Carlos), puso fin a la primera guerra carlista. Mucho más importante para la historia del cristianismo fue el abrazo que se dieron en Jerusalén Pablo VI y Atenágoras, patriarca ecuménico de Constantinopla. Era enero de 1964 y ese gesto fraterno abrió una nueva etapa en las relaciones de las Iglesias de Oriente y Occidente, que poco después suspendieron las excomuniones con las que ambas se habían castigado.
El 12 de febrero de 2016 ya ha entrado en las páginas de la Historia porque ese día el papa de Roma, Francisco, y Kirill, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, se fusionaron en un abrazo que rompió una separación que duraba desde 1054. Ese año, León IX y el patriarca Miguel I Cerulario se excomulgaban mutuamente y abrían un cisma. Un milenio después, al aire del Concilio Vaticano II, las relaciones entre Roma y Constantinopla y otras Iglesias ortodoxas fueron mejorando paulatinamente, pero Moscú mantenía sus reticencias. Ni el patriarca Pimen ni su sucesor, Alexis II, secundaron las invitaciones de Roma para un acercamiento entre ambas Iglesias que solo ha sido posible con Kirill, mucho más cercano a la Iglesia católica.
Preparado desde hace al menos dos años, el encuentro ha tenido lugar en un escenario insólito: el aeropuerto José Martí de La Habana. Opción no fortuita, sino debida a la eficaz mediación que ha tenido en esta complicada operación el presidente cubano, Raúl Castro. Al pie de la escalerilla del avión estaba el mandatario, que no ocultaba su satisfacción, acompañado por miembros de su Gobierno. La representación eclesiástica la ostentaban el cardenal Jaime Ortega y el presidente del Episcopado, Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba. También estaban Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y el nuncio, Giorgio Lingua.
En compañía de Raúl Castro, Francisco fue conducido al salón presidencial del aeropuerto; minutos después, hicieron su entrada simultáneamente en otra sala el Papa y el Patriarca. Ambos, muy sonrientes, se abrazaron con cordialidad e intercambiaron tres besos en las mejillas, como manda la tradición rusa, ante los fogonazos de la multitud de fotógrafos.
“¡Finalmente!”, exclamó el Papa, sin reprimir su emoción. “Está muy claro –añadió– que esta es la voluntad de Dios”. El Patriarca comentó: “Sí, ahora las cosas son mucho más fáciles”. Contemplaban la escena el cardenal Koch y el metropolita Hilarión, presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado y hombre clave para este encuentro.
Minutos después, el Papa y Kirill (que llevaba sobre su cabeza el koukoulion blanco, símbolo de su suprema dignidad) se retiraron a un saloncito anejo en compañía de dos intérpretes. El coloquio duró las dos horas previstas, tiempo que aprovecharon algunos miembros del séquito papal –especialmente el secretario de Estado, Pietro Parolin– para mantener contactos con los anfitriones cubanos.
Finalizado el encuentro, el Papa y el Patriarca volvieron al salón de honor y tomaron asiento ante una mesa en la que habían sido colocados dos ejemplares de la declaración conjunta (que incluye 30 puntos) que ambos firmaron. Francisco y Kirill estamparon sus firmas al pie del documento y volvieron a abrazarse entre sonrisas.
Ante la prensa, los dos manifestaron sus sentimientos. Empezó Francisco: “Ha sido un encuentro muy querido por mí y por mi hermano Kirill. Hemos hablado claramente, sin medias palabras; se sentía la alegría. Agradezco su humildad fraterna. Ha sido una conversación abierta entre hermanos con pleno entendimiento de la responsabilidad respecto a nuestras Iglesias, nuestro pueblo creyente y respecto al futuro del cristianismo y de la civilización humana”.
Kirill siguió esa estela de positividad: “Las dos Iglesias pueden colaborar conjuntamente defendiendo a los cristianos del mundo y con plena responsabilidad de trabajar conjuntamente para que no haya guerras, para defender los derechos de la familia y proclamar el respeto a la vida”.
Antes de separarse, el Santo Padre quiso agradecer “al gran pueblo cubano” y a Raúl Castro su disponibilidad para facilitar el encuentro, y añadió: “Si sigue así, Cuba será la capital de la unidad”. Francisco volvió a abrazar a Kirill y regresó al avión, camino ya de México.
Lombardi resaltó que había sido “un encuentro entre hermanos, no entre obispos”, y que todo se había desarrollado en un clima de gran alegría. Por su parte, el archimandrita Alexander Volkov, portavoz del patriarca, comentó esto: “Es el comienzo de una nueva fase en las relaciones recíprocas. También es un signo de que en las condiciones más difíciles podemos encontrar el camino para acciones y progresos comunes. (…) Se han encontrado por primera vez, pero daba la impresión de que se conocían desde hacía mucho tiempo”.
Mucho menos entusiasmo manifestó Sviatoslav Shevchuk, patriarca greco-católico de Ucrania: “Muchos me han dicho que se sienten traicionados por el Vaticano; ciertamente, puedo comprender estos sentimientos, pero animo a nuestros fieles a no dramatizar esta declaración y a no exagerar su importancia en la vida de la Iglesia; sobreviviremos también a esta declaración. Nuestra unidad y plena comunión con el Santo Padre no es el resultado de un compromiso diplomático o de un acuerdo político”.
En el nº 2.977 de Vida Nueva