Tribuna

Ama a la Tierra como a ti mismo

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Gianfranco Ravasi, cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura GIANFRANCO RAVASI | Cardenal presidente del Pontificio Consejo de la Cultura

Ya han pasado varios meses desde que se publicó el pasado junio la encíclica Laudato si’ del papa Francisco. En este período, he intentado seguir las reacciones a lo largo del mar mediático. Pese a que es prácticamente imposible recoger todas las referencias, es evidente que el sector más amplio se ha ocupado de las cuestiones ecológicas, económicas y políticas, lo que está justificado por el espacio reservado a estos temas en el documento. Son menores, y a veces incluso difuminadas hasta la evanescencia, las recensiones de impronta teológica. Y eso que el segundo y el sexto capítulo siguen esta perspectiva.

tomas-de-zarate-vn-2977“Dios ha escrito un libro precioso, ‘cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo’”, se afirma en el punto 85, recogiendo una cita de san Juan Pablo II y aludiendo a un dosier bíblico que se mueve en esta línea y que funda la aplicación de la “analogía” teológica, según la cual, de la creación es posible ascender hasta el Creador.

La centralidad del hombre en la visión bíblica tiene el mérito de desmitificar la naturaleza, reconduciéndola a su realidad inmanente y no panteísta y, por tanto, exaltando el esfuerzo del trabajo y de la ciencia. También ubica en otra dimensión a la naturaleza, colocándola al servicio del hombre. Se olvida así la “fraternidad” con la tierra, su “materialidad” defendida en el Génesis. El antropocentrismo exasperado por una cierta teología y práctica pastoral, con el florecimiento de la sensibilidad ecológica moderna, ha llevado a considerar a la concepción judeocristiana como la causa de la crisis medioambiental.

Después de la encíclica del papa Francisco debería retomarse la reflexión sobre la creación, considerando su importancia en sí misma y no como mero escenario de la humanidad. San Agustín invitaba a “venerar la tierra”, sin idolatrarla, pero atribuyéndole una identidad. Se invita, pues, a superar un excesivo antropocentrismo sin por ello disminuir la consideración hacia la misión humana en la Creación y sin caer en una sacralización del mundo. Sería importante introducir en el discurso teológico temas propios de los ámbitos científico, filosófico y socioeconómico, como ha hecho el Papa.

Su encíclica provocará una serie de reflexiones teológicas más allá de las primeras reacciones generales. Hasta ahora podemos señalar que algunos teólogos, con estilos diferentes, han subrayado la urgencia de una ecología teológica. Otros han intuido la necesidad de llevar a cabo una revisión teológica de sus tratados sobre la creación sin proceder a un proyecto nuevo.

Concluimos haciendo una nueva referencia a la encíclica, que, sin omitir la peculiaridad y la responsabilidad del ser humano y sin caer en la divinización panteísta de la naturaleza, declara: “Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: ‘Son tuyas, Señor, que amas la vida’. Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (n. 89). Podríamos declinar el célebre precepto bíblico del amor hacia el prójimo, como ha sugerido Enzo Bianchi, prior de Bose, también en otra dirección: “Ama a la Tierra como a ti mismo”.

En el nº 2.977 de Vida Nueva

 

ESPECIAL ENCÍCLICA ‘LAUDATO SI”