Francisco reconfortó a México

Análisis de la más reciente visita papal en el continente

a_fondo_nene

El viaje apostólico de Francisco a México fue como una carrera de salto de vallas o como entrar en un campo de minas. Seis días frenéticos durante los cuales visitó cinco ciudades que rivalizan entre sí por sus índices de violencia y peligrosidad; un crescendo de riesgos que el Papa sorteó con asombrosa agilidad y un maratón físico para un anciano que ha cumplido ya 79 años. Lo vimos feliz y esperanzado, machacando una y otra vez su mensaje de “misericordia y paz”, y acompañándolo con una multitud de gestos expresivos que los mexicanos de todas las edades y condiciones sociales captaron en toda su plenitud.

En los casi 400 kilómetros que Bergoglio recorrió en el Papamóvil acudieron a saludarle centenares de miles de fieles que, sumados, superan con creces el millón o los millones. El Pontífice llegó, a las siete y media de la noche del viernes 12 de febrero, al aeropuerto internacional Benito Juárez de Ciudad de México, aureolado por el éxito de su encuentro en Cuba con el patriarca Kirill.

Laicismo oficial

Luciendo un sombrero tradicional junto al presidente Peña Nieto.

Luciendo un sombrero tradicional junto al presidente Peña Nieto.

En su primer discurso, emitido el 13 de febrero, frente al presidente Enrique Peña Nieto, Francisco se limitó a enunciar algunos de los temas que más adelante desarrollaría. “Pienso –dijo– que la principal riqueza de México tiene hoy rostro joven. (…) Un pueblo con juventud es un pueblo capaz de renovarse, transformarse; es una invitación a alzar con ilusión la mirada hacia el futuro y, a su vez, nos desafía en el presente”. Pero, ante un auditorio que incluía a representaciones de todos los poderes constitucionales y al cuerpo diplomático, el Papa no se tapó la boca e hizo esta primera advertencia: “La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o el beneficio de unos pocos, en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

Quedaba enunciado el catálogo de los dramas de la sociedad mexicana, pero el momento fuerte del día estaba por producirse; desde el Palacio Nacional a la catedral metropolitana hay una corta distancia. Dentro del magnífico templo habían tomado asiento los obispos mexicanos (según las estadísticas difundidas por la sala de prensa de la Santa Sede, son 176), y estoy seguro de que no se imaginaban en absoluto lo que les esperaba. El Papa fue recibido con calurosos aplausos y, en nombre de todos los presentes, le dirigieron unas palabras de saludo el discutido cardenal Rivera, arzobispo de Ciudad de México, y el cardenal Robles, presidente de la Conferencia Episcopal; este enumeró, entre las “situaciones difíciles” de su patria, estas: “Injusticia, inequidad, pobreza, corrupción, migración, violencia, daños al medio ambiente, sufrimiento, muerte”.

Francisco quiso iniciar la lectura de su discurso pidiendo a sus oyentes “que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo de la Guadalupana. (…) Les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de pastor en este momento”. El texto escrito, que fue leído íntegramente, comprende seis densas páginas y es, sin duda, el discurso que ha producido mayor impacto (Ver Pliego, en la página 23).

a_fondo2_optNi un solo aplauso interrumpió al Papa mientras leía su discurso, que, al finalizar, fue saludado con un tibio batir de palmas. A primeras horas de la tarde, Francisco cumplió con uno de sus deseos prioritarios en este viaje: visitar el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Para recibirle se había congregado desde muchas horas antes (incluso desde el día anterior) una compacta multitud de peregrinos. Fue una misa de rara intensidad, motivada por la evidente emoción del Papa, que, en su homilía, recitó una parte de este himno litúrgico: “Mirarte simplemente, Madre, dejar abierta solo la mirada, mirarte toda sin decirte nada, decirte todo, mudo y reverente”. Estos versos anticipaban lo que sucedió al final del rito eucarístico: Bergoglio subió al camerino de la Virgen y allí permaneció en soledad y absoluto silencio durante veinte minutos, cara a cara con la Guadalupana. Estoy seguro de que para el primer Pontífice latinoamericano, este fue el momento clave de la jornada.

A partir del domingo 14 Francisco inició su ronda de visitas a varias ciudades del país hasta ahora nunca incluidas en los itinerarios de los anteriores viajes papales; todas con una característica común: vivir en extrema pobreza o estar amenazadas por tráficos y violencias de diversos tipos. Es el caso de Ecatepec, un suburbio de Ciudad de México que ostenta algunos de los récords más macabros, como un altísimo número de feminicidios, atracos y asaltos. El Papa pasó allí una horas, las suficientes para celebrar una misa en el campus del Centro de Estudios Superiores, a la que acudieron varias decenas de miles de fieles. Dedicó su homilía a desenmascarar tres grandes tentaciones de los cristianos: “La riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan solo para mí o para los míos. Es tener el pan a base del sudor del otro o hasta de su propia vida”. “La vanidad, la búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la ‘fama’ de los demás, haciendo leña del árbol caído”. “El orgullo (la peor de las tres), o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que sea, sintiendo que no se comparte ‘la común vida de los mortales’ y que reza todos los días: ‘Gracias, Señor, porque no me has hecho como ellos’”.

Luego, improvisando, añadió: “Jesús no le contestó al diablo; solo le citó frases de la Escritura, porque con el demonio no se dialoga. No se puede dialogar con él, porque siempre nos gana”. Luego, a la hora del ángelus, invitó a todos los que le escuchaban a “hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad, donde no haya necesidad de emigrar para soñar, donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar, donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos”.

Cuando en Roma se comenzó a trazar el itinerario del viaje mexicano, el papa Francisco impuso como conditio sine qua non incluir el Estado de Chiapas, el más meridional y uno de los más pobres; concretamente, dos de sus ciudades, Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal de Las Casas, tan ligada esta última a figuras históricas como Bartolomé de las Casas y Samuel Ruiz, identificados como grandes defensores de los derechos, lenguas y culturas de las poblaciones indígenas.

Apenas se hizo pública la venida del Papa, hubo una gran movilización, que se concentró en preparar una celebración eucarística modelo de inculturación litúrgica. ¡Y vaya si lo consiguieron! Era también una forma de agradecer al Santo Padre que haya autorizado utilizar sus lenguas indígenas en las eucaristías y en los ritos sacramentales.

En el corazón indígena

Encuentro con sacerdotes en Morelia.

Encuentro con sacerdotes en Morelia.

En el centro deportivo municipal de San Cristóbal se había instalado un enorme altar con una escenografía que, por una parte, reproducía la fachada de la catedral, y por otra evocaba las cataratas vecinas y las escalinatas de los templos maya de Palenque. La liturgia de la Palabra alternó el español con las principales lenguas indígenas: el tseltal, el ch’ol y el tsotsil, que el mismo Papa utilizó varias veces en su homilía. Bergoglio citó esta frase del libro sagrado de los mayas, el Popol Vuh: “El alba sobrevino sobre todas las tribus juntas. La faz de la tierra fue saneada por el sol”. “En esta expresión –comentó– hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo que tiene sabor a tierra prometida, donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean la moneda corriente”. “De muchas formas y maneras –prosiguió– se ha querido silenciar y callar este anhelo; de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas maneras han pretendido aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles”. En otro párrafo aún más contundente asumió la defensa de los indios mexicanos, guatemaltecos o salvadoreños: “Muchas veces, modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes de mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminasen”. Alabando las relaciones armónicas con la naturaleza de los indígenas, el Papa recordó que “los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las riquezas, las características y las diversidades culturales en pos de un mundo homogéneo, necesitan que no se pierda la sabiduría de sus ancianos”. Después del momento de la comunión, e invitados por uno de los más conocidos diáconos permanentes de la arquidiócesis (son más de 300), los asistentes bailaron una danza ritual de acción de gracias. El maestro de ceremonias del Papa, Guido Marini, había intentado convencer a sus interlocutores chiapanecos de que renunciasen a ella, pero al final prevaleció el criterio de que no había ninguna razón para prescindir de ese momento. Toda la ceremonia estuvo acompañada por músicas tradicionales, interpretadas magistralmente con las marimbas por los hermanos y hermanas Díaz, auténticos promotores de un patrimonio musical envidiable.

Misa del Papa en el centro penitenciario de Ciudad Juárez, el miércoles 17

Misa del Papa en el centro penitenciario de Ciudad Juárez, el miércoles 17

A la hora de la comida, Francisco se reunió con una decena de indígenas –hombres y mujeres de diferentes edades y condiciones– para compartir un menú de platos tradicionales y una animada conversación. Ese día fue uno de los pocos en los que Bergoglio pudo permitirse un ligero reposo, interrumpido a las cuatro de la tarde para visitar la catedral de San Cristóbal de Las Casas. Nada más entrar, hizo una ofrenda floral a la Virgen y saludó a un cierto número de enfermos y personas mayores. Después, aunque no figuraba en la agenda, se dirigió a visitar la tumba de Samuel Ruiz (1924-2011), al que todos los chiapanecos llamaban familiarmente tatic, que quiere decir padre en tsotsil. El Papa no pronunció palabra alguna; sencillamente oró durante un buen rato ante los restos mortales del “obispo indio”, pero su gesto equivalía a una rehabilitación en toda regla de quien en no pocos momentos de su vida se vio amenazado por Roma de retirarle de su puesto y sancionarle canónicamente.

Por fortuna, se impuso el sentido común y el entonces papa le mantuvo como obispo de Chiapas un año después de la edad reglamentaria para presentar la dimisión, a los setenta y cinco años. Antes de regresar a Ciudad de México, Francisco se detuvo en Tuxtla Gutiérrez para un festivo encuentro con las familias; sus interlocutores no fueron los habituales matrimonios modélicos, sino una pareja de divorciados vueltos a casar, una madre soltera y un muchacho tetrapléjico acompañado por sus padres.

Diálogo con jóvenes

Encuentro con jóvenes en Morelia.

Encuentro con jóvenes en Morelia.

Otro día, otra ciudad; esta vez Morelia (la antigua Valladolid), en Michoacán, donde, además de una misa con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas de todo el país, se reunió con los jóvenes. El estadio de la ciudad, que se llenó hasta los topes (35.000 personas), quedando fuera un número aún mayor de fieles que pudieron seguir la ceremonia a través de pantallas gigantes de televisión.

Francisco dialogó con algunos jóvenes interlocutores y se salió con frecuencia del texto programado. El párrafo fundamental, leído con garbo, afirmaba lo siguiente: “Ustedes son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la Iglesia. Y entiendo que muchas veces se vuelve difícil sentir riqueza cuando nos vemos expuestos continuamente a la pérdida de amigos o familiares en manos del narcotráfico o de las drogas, de las organizaciones criminales que siembran el terror. (…) Es mentira que la única forma de vivir bien, de poder ser joven, es dejando la vida en manos del narcotráfico. (…) Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos, amigos”.

Como colofón del acto se celebró el lanzamiento de una misión joven en la que van a participar todas las diócesis mexicanas; fue un espectáculo muy colorista, expresión de una sensibilidad artística tan genuina como la de este pueblo. Francisco asistió encantado a esta exhibición y regresó muy satisfecho a la capital.

Para la última etapa de su viaje a México, Francisco escogió una de sus ciudades situadas más al norte, Ciudad Juárez, muy cerca de la frontera con los Estados Unidos. Hubo tres momentos clave: una visita a la cárcel (en su día prisión sin ley, hoy convertida en centro de readaptación social), un encuentro con el mundo del trabajo y una misa en la mismísima frontera, con los fieles divididos en dos grupos: los estadounidenses, en el estadio de la Universidad de Texas, y los mexicanos, en el recinto ferial del Estado de Chihuahua.

El tema fundamental fue la tragedia humana que representa la migración de miles de personas y que es hoy un fenómeno global. “Un paso –dijo–, un camino cargado de terribles injusticias, esclavizados, secuestrados, extorsionados… Muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tránsito humano. (…) Esta crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas nuestros que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y por el crimen organizado”. “¡No más muerte ni explotación!”, fue el mensaje final dirigido a este gran país con formidables promesas y no menos dramáticas realidades.

Compartir