EDITORIAL VIDA NUEVA | La Unión Europea cierra sus fronteras. El acuerdo firmado con Turquía levanta un muro frente al flujo de refugiados entre Grecia y Alemania. Todo inmigrante irregular y refugiado que llegue a las islas del Egeo será devuelto, con un desembolso económico incluido para el Gobierno turco. Europa se ha mostrado incapaz de afrontar esta crisis migratoria con madurez y eficacia. Responder con este blindaje y menosprecio atenta contra los derechos humanos, viola los convenios internacionales y mina la esencia originaria de la UE como unión de los pueblos.
La Iglesia española ha rechazado de pleno la iniciativa, exigiendo una apertura orientada a garantizar “la dignidad de estas personas que huyen del terror y la desesperación”. Se dé o no marcha atrás a esta medida, el problema seguirá ahí, siempre y cuando no se actúe en la raíz. O lo que es lo mismo, la presión migratoria se rebajaría si la comunidad internacional se implicara en el avispero de Oriente Medio. Hasta entonces, la única vía pasa por una política migratoria común que trate al que viene de lejos como una persona, no como un número, no como un objeto de mercadeo.
En el nº 2.980 de Vida Nueva. Del 12 al 18 de marzo de 2016
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