GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
Hace unas semanas que he tenido la dicha de visitar Honduras para encontrarme con los cuatro misioneros de Guadix que trabajan en la archidiócesis de Tegucigalpa. La visita ha sido una verdadera gracia de Dios. Quiero hacer aquí memoria de algo que me ha marcado: el testimonio de los sencillos. Esos que sin muchas palabras pero con la sencillez de su vida nos recuerdan cómo se vive en cristiano.
La señora Rosita, una anciana ciega de la parroquia de Sabana Grande. Necesita caminar más de dos horas para llegar al templo. Y va dos veces a la semana. Cómo va a dejar de ir a los grupos Juan XXIII –nuestros Cursillos de Cristiandad– o a la misa cada domingo. No cree hacer nada extraordinario, es lo que haría cualquier cristiano, me dice con toda naturalidad.
Y el grupo de casi 400 jóvenes que celebran la Eucaristía cada viernes a las siete de la mañana en el barrio de Monterrey de Tegucigalpa. Hay mucha fe y mucha alegría. Los jóvenes, con el Señor, son los protagonistas. Muchos llegan después de dos horas en autobús y caminando. Y entre los jóvenes, una mujer, la viuda del Evangelio, que al final de la misa pone con disimulo en mi mano unas lempiras. Alguien me dice que se dedica a lavar y planchar ropa: es su jornal.
En la Eucaristía celebrada en la obra que lleva a cabo Solidaridad Honduras de Guadix tenemos unos lectores muy importantes. Chicas del aula especial. Lee primero una chica con síndrome de Down y, después el salmo, otra chica ciega. ¿Cómo lee? Lo ha aprendido de memoria. Pocas veces he escuchado la Palabra de Dios proclamada con tanto sabor y tanta credibilidad.
¡Y pensar que muchas veces creemos que ya lo sabemos todo! Qué hermosa es la capacidad de sorprenderse, expresión de la eterna novedad del Evangelio.
En el nº 2.981 de Vida Nueva