JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco
Neil Armstrong y David Randolph Scott fueron lanzados en la misión Géminis VIII el 16 de marzo de 1966. El primer piloto, comandante del vuelo, cumplió con su misión: acoplar la cápsula espacial con un cohete Agena. El trabajo de Scott consistía, por su parte, en salir de la nave y permanecer dos horas fuera de ella. Pero cuando los pilotos percibieron algunos problemas técnicos, el paseo espacial tuvo que ser cancelado y la nave se preparó para realizar un aterrizaje de emergencia.
El 26 de marzo de 1966 (nº 515), Vida Nueva relató así la misión abortada: “David, frustrado cóndor espacial, tuvo que suspender su salida de la cápsula Géminis VIII y, con su compañero Armstrong, regresar a tierra o, mejor dicho, a mar. ‘Esto salta y da vueltas en todas direcciones’, radió angustiado Armstrong. Y la cápsula recibió orden de regreso. Otra vez será”.
Y otra vez fue, efectivamente. Porque en muy poco tiempo se hicieron realidad las quimeras literarias soñadas en sus obras por Julio Verne y Herbert George Wells, y el deseo político del presidente John F. Kennedy. Y aunque ha habido algunas teorías conspirativas que, provenientes de laderas creacionistas, han pretendido identificar a la ciencia y a la tecnología con un instrumento diabólico, esos sueños iban más allá de la conquista de la Luna o del espacio. La misión que realmente estaba en juego era el deseo innato de superación del ser humano para alcanzar una de las grandes conquistas posmodernas: su autonomía.
En el nº 2.981 de Vida Nueva