Pérez-Reverte cogió su fusil


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Del territorio comanche no se regresa indemne. En el mejor de los casos, se vuelve con una amargura de intensidad variable, y lúcida según cuelgue de la comisura de los labios, en un rictus de eterno escepticismo, o haya calado más hondo. La que Arturo Pérez-Reverte se trajo de sus inmersiones magistrales en el reporterismo de guerra es de estas últimas, dolorosa para él e hiriente para otros.

No es ya su tuit de respuesta al saludo pascual del Papa en Twitter; es su juicio sobre la vacuidad de quienes se acercaron a homenajear a las víctimas del atentado de Bruselas con “las florecitas y las velitas”. Seguro que el académico no está entre los que jalean a la horda ultraderechista que pisoteó las flores y golpeó a quienes compartían el dolor por las víctimas y sus familias. Esa primera reacción empática, que nos define en nuestra humanidad, es ineludible en una sociedad madura, lo que no quita para que luego se adopten respuestas contundentes en defensa propia.

Pero ese ponerse en lugar del otro está faltando en Europa, de ahí que desde casi el mismo lugar en el que se firma un acuerdo que pone de patitas en Turquía a miles de refugiados, lavándose de las manos los restos del derecho internacional, se da la orden para bombardear a los yihadistas. ¿Qué mensaje es ese? ¿Qué Europa es esta?

Por más que el semanario alemán Der Spiegel haya decretado en su último número tras los atentados de Bruselas “el peligroso regreso de las religiones”, y lo haya hecho con una portada en donde destaca un crucifijo, que siempre resulta más amable cuando se trata de llamar retrógrados a los creyentes, la “conciencia insensible y anestesiada” que denunció el papa Francisco el pasado Viernes Santo no está hoy en la Iglesia. Son otros los que tienen que hacérselo mirar. Y urge.

En el nº 2.982 de Vida Nueva

 

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