MIRIAM DÍEZ BOSCH | Directora del Observatorio Blanquerna de Comunicación, Religión y Cultura (Barcelona)
A muchos catalanes les interesa Cataluña, pero no creen en ella. Les pasa lo contrario que con la religión y la otra vida: creen en ella, pero no les interesa. Lo sostenía Josep Pla, quien sospecho que hubiera inventado para el arzobispo Omella algún adjetivo que contendría conceptos como ingenioso, pillo, afable y terrenal. Su hondura y vida de oración son el preámbulo de un arraigo que se le intuye. Omella calará en tierra catalana y nunca será el mismo después de esto. Se va a unir a su diócesis de manera entrañable: desde las entrañas.
Cualquier obispo cuando llega a una diócesis tiene que lidiar con la sombra del antecesor. A veces, la sombra es ya inexistente (¿porqué siguen tardando tanto en cubrir las vacantes episcopales en algunos lugares?). Con Omella ha sido fácil: el cardenal de Barcelona ha sabido dejar paso. Y el auxiliar Taltavull se ha erigido en la linterna que le ilumina los entresijos de la Iglesia en Barcelona. Un buen tándem, Taltavull-Omella, que viven juntos. El hombre de Francisco en España está ahora en Cataluña. Omella no es estrábico, pero sabe mirar a la vez a Roma y a España, sin parpadear.
Su bonhomía (auténtica sencillez unida a la bondad) le ha acarreado la aceptación –no automática– del pueblo catalán. No se engañen. Omella no es un cura de pueblo. Es un auténtico pastor urbano. Sabe que no tiene que recorrer caminos, sino autopistas. Se gana a la gente en las distancias cortas. Es un constructor de puentes (aunque en latín suene demasiado papal: pontifex). Se mueve bien por la Roma de Francisco, y ha radiografiado su nueva diócesis con ilusión. Prioriza. Se deja aconsejar. Pero toma el mando.
Omella es un obispo de la sonrisa. No lo den por descontado: no todo el episcopado tiene este don. Es necesaria una actitud amable y firme para gobernar, y tacto. En sus escritos apela al sentido común y evita perderse en vericuetos teológicos abstractos. En sus visitas pregunta, se interesa. No parece un obispo apresurado y con el tic de gestionar. Su carisma es otro. Entre sus palabras claves, pobreza, servicio, personas. No vino con un programa, decía. Pero por sus hechos los conocerán.
En el nº 2.994 de Vida Nueva
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