El jesuita cesa como portavoz de la Santa Sede después de 10 años
ANTONIO PELAYO, corresponsal de Vida Nueva en ROMA | Aunque seamos de corta memoria y poco dados a reconocer los méritos ajenos, los periodistas tardaremos en olvidar al padre Federico Lombardi, que, después de diez años de servicio (subrayo esta palabra), deja de ser el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede.
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A este jesuita ejemplar Dios le dotó de una notable inteligencia y de no pocas virtudes; dos, entre ellas, poco habituales en el mundo de la información: la humildad y la paciencia, de las que ha dado abundantes pruebas durante los años en los que fue simultáneamente director de Radio Vaticano, del Centro Televisivo Vaticano y de la Sala de Prensa.
Pocas semanas después de su nombramiento, el 11 de julio del 2006, en unas declaraciones a la agencia alemana KNA recogidas por Bruno Bartoloni en el Corriere della Sera (27 de agosto de ese año), Lombardi afirmaba: “No imitaré a Navarro Valls, ni siquiera lo intentaré, y no seré el portavoz del Papa, porque su pensamiento es claro y en realidad no necesita un portavoz personal. Mi trabajo consiste en poner a disposición de los periodistas las necesarias fuentes de información y textos autorizados, organizar conferencias de prensa y todo lo que sea útil para un buen trabajo de información sobre la actividad del Papa y de la Santa Sede”.
Eso es lo que ha hecho en esta década con acontecimientos tan excepcionales como la dimisión de Joseph Ratzinger, la elección de Bergoglio como su sucesor, los dos Sínodos sobre la Familia y los dos procesos Vatileaks. Gracias, gracias, gracias.
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