Ya lo dijo el papa Francisco: en la Iglesia, los ultraconservadores “hacen su trabajo, y yo hago el mío”. Tal vez por eso, al ataque de nostalgia que ha tenido el cardenal Sarah le han dicho desde el Vaticano que no se cura mirando atrás, ni siquiera a Oriente, sino a un futuro cara a cara. Y a quienes dicen que quieren ayudar al Papa con atajos incomprensibles que, además de al banquillo, solo llevan a un gran ridículo, les ha dicho que no apoyen sus reformas así, con filtraciones que lo único que consiguen es hundir más la imagen de la Iglesia.
Es curioso cómo la sentencia del Vatileaks 2 quieren volverla algunos contra Bergoglio, como si la levedad de la misma –dada la gravedad del “delito”, como lo calificó el Papa– certificase la inconsistencia de la causa, y lo que es peor, su innecesaria exposición pública. Y celebran, como si le hubiesen metido un gol al hincha del San Lorenzo de Almagro, que Lucio Vallejo Balda tenga que cumplir (si no se le indulta) la mitad de la pena que se le pedía.
Más allá del cóctel fatal de testosterona, frustraciones personales e infantil inconsciencia que hizo a nuestro aprendiz de Fermín de Pas filtrar asuntos gravísimos, entre quienes se felicitan por un fallo que en realidad ven como un tropiezo del Papa, los hay que no ven –o que prefieren no ver– que la podredumbre que denuncian los libros escritos con el material filtrado sigue apestando. Porque, por ejemplo, produce arcadas saber que poco más de diez millones de euros, de los más de 50 que llegaron a Roma a través del Óbolo de San Pedro, no se destinaron a su objetivo, la caridad, sino a gastos de la Curia.
Sí, vale, hay que alegrarse con la “actitud de justicia y clemencia” de esta sentencia, como la definió Lombardi. Pero solo si después nos alegramos también de saber que Francisco sigue determinado a hacer su trabajo, en este caso, baldear con lejía.
En el nº 2.997 de Vida Nueva
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