MANUEL GONZÁLEZ LÓPEZ-CORPS, doctor en Sagrada Liturgia por el Pontificio Instituto San Anselmo y profesor de San Dámaso
La liturgia es la obra de Cristo en favor de la humanidad, que su Iglesia actualiza en las acciones litúrgicas, el llamado culto cristiano. Con razón, decimos que la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo y tiene una doble dimensión: de alabanza al Padre y de santificación de los hombres por el Espíritu.
El Concilio, que no trata en sus documentos sobre la orientación de la celebración, describió ambas expresiones del culto y la relación entre el sacerdocio de los ministros y el del pueblo (cf. LG 10). La clave está en la comprensión de la celebración cultual de los cristianos, teniendo siempre en cuenta que Cristo, el Señor, se ha identificado con la Luz naciente: su Nombre es Oriente (Zac 6, 12 LXX).
Por otra parte, la liturgia se celebra en el tiempo de la Iglesia, pero mira hacia la eternidad: hasta que Él vuelva. Este deseo de plenitud escatológica nunca se ha perdido en la comunidad cristiana. Tras las celebraciones domésticas del primer momento, la práctica orante hacia el Este –que Orígenes, Basilio, Damasceno, etc. harían remontar a los apóstoles– se mantendría en las Iglesias orientales y en la celebración hispano-mozárabe. La plegaria común hacia el lugar desde donde Cristo había vuelto al Padre (cf. Sal 67, 34 LXX; Zac 3, 8) ha expresado, durante siglos, en la espiritualidad litúrgica, el anhelo del encuentro con la Luz del Señor en su segunda venida (cf. Mt 24, 27).
El “Oriente” ha sido en la Iglesia, además, la imagen del Paraíso recobrado en Cristo (cf. Gen 2, 8): idea presente en Cirilo, Ambrosio, Agustín, etc. Por eso, la invitación del cardenal Sarah –preciosa espiritualmente, pero poco práctica en la actualidad– retoma un tema recurrente en Gamber, Ratzinger o Lang: celebrar la liturgia de la Palabra en común y la liturgia eucarística vueltos todos en la misma dirección (Oriente, altar, cruz). La concepción cósmica de la salvación, que llega como “Luz que nace de lo alto” (Lc 1, 78), se plasmaría, según esta perspectiva, en presidir la celebración guiando al pueblo –al frente del mismo– en el peregrinaje hacia el Reino que viene.
Aquí la espiritualidad y la pastoral litúrgicas han de ir de la mano: la misma Congregación para el Culto Divino respondía, al comienzo del milenio y con sumo equilibrio, a la cuestión sobre la posición del altar y el celebrante en la Misa (Communicationes 32/2 (2000) 171-173). Todo, pues, será poco para lograr, en la celebración del misterio trinitario, una auténtica participación de todo el pueblo: consciente, activa y fructuosa (cf. SC 11). Son temas que este próximo octubre de 2016 volverán a ponerse de manifiesto al presentar la nueva edición del Misal Romano en nuestra lengua.
Enseñanza de Juan Damasceno (Siria, s. VIII)
No es por casualidad que oramos mirando hacia Oriente (…). Porque Dios es Luz (cfr. 1 Jn 1, 5) y en la Escritura es llamado Sol de justicia (cfr. Mal 3, 20) y también Oriente (cfr. Zac 3, 8; 6,12 –según la versión de los LXX– Lc 1, 78); para darle culto nos volvemos hacia Oriente (…).
El bienaventurado David también dice: “Cantad a Dios, todos los reinos de la tierra; alabad al Señor que cabalga sobre los cielos altísimos hacia Oriente” (Ps 67, 33s –según la versión de los LXX–).
Es más, añade la Escritura: “Dios plantó un jardín en Edén, al Oriente, y allí colocó al hombre que había modelado” (Gn 2, 8); y cuando desobedeció su mandato, lo expulsó y le hizo morar fuera del Paraíso, hacia occidente. Y así, buscando la antigua patria y tendiendo hacia ella, damos culto a Dios. También la tienda de Moisés tenía el propiciatorio mirando a Oriente. La tribu de Judá, porque era la más insigne, acampaba hacia Oriente (cfr. Num 2, 3).
En el templo de Salomón la puerta del Señor miraba a Oriente (cfr. Ez 44, 1). Por fin, el Señor en la cruz miraba hacia Occidente, y así nosotros nos postramos volviéndonos hacia Él. En su Ascensión a los cielos fue levantado hacia Oriente, y así fue adorado por sus apóstoles, y así vendrá, en el modo como le vieron ascender al Cielo (cfr Act 1, 11), como el mismo Señor dijo: “Como el rayo que brilla desde Oriente hasta el ocaso, así será el regreso del Hijo del Hombre” (Mt 24, 27).
Esperándole, nos postramos hacia Oriente. Se trata de una tradición no escrita, que viene de los apóstoles. Y así ha sido entregada a nosotros.
(Juan Damasceno, Expositio fidei 85 [IV 12])
En el nº 2.997 de Vida Nueva
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