Lunes, 25 de julio de 2016
Agradezco a los organizadores en nombre de los jóvenes, los obispos, presbíteros, consagrados, animadores y acompañantes venidos de España el que en nuestra peregrinación para tomar parte en la presente Jornada Mundial de la Juventud, convocados por el Papa Francisco, hayan previsto esta celebración, en la fiesta de Santiago Apóstol, en Czestochowa, junto al santuario de la Virgen de Jasna Gora, bajo la mirada maternal de la Virgen Negra. Ha sido una asamblea muy oportuna para encontrarnos con el Señor, para fortalecer la fraternidad cristiana y nuestra disponibilidad evangelizadora. ¡Que la fe ponga en vela nuestra esperanza y fortalezca nuestro amor, que tiene su fuente en el Espíritu Santo! Este lugar santo nos evoca particularmente la memoria agradecida y la intercesión del Papa San Juan Pablo II.
El Apóstol Santiago, discípulo, amigo y testigo con la sangre del Señor, ha sido representado de diversas maneras en la historia de nuestras Iglesias. Es ante todo el maestro de la fe cristiana, como aparece en el parteluz del Pórtico de la Gloria en la catedral de Compostela. Ha sido esculpido y pintado como defensor de la fe católica; ayudados por el Concilio Vaticano II conocemos ahora mejor por qué vías se difunde, se protege y se transmite la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Santiago es también peregrino y aliento de peregrinos; nos enseña recorrer como evangelizadores y pacificadores los caminos de Europa; “tendiendo puentes y derribando muros” (Papa Francisco). Peregrinando ha nacido Europa; sus grandes santuarios son meta y oasis de perdón, de reorientación de la vida y de impulso apostólico. Desde el Occidente europeo hemos llegado hasta el santuario de Jasna Gora, atravesando varios países de Europa.
De labios de Jesús, el Maestro sentado en el monte de las bienaventuranzas escuchamos el versículo convertido en lema de esta Jornada: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt.5,7). El Padre del cielo nos ofrece incansablemente su misericordia, nosotros queremos que su amor incondicional regenere nuestro corazón, para ejercitar la misericordia con los demás e imitar de esta manera la compasión del Padre (cf. Lc.6, 36). Recibiendo la misericordia y practicando la misericordia, encontraremos la felicidad auténtica.
El camino verdadero de la humanidad es la misericordia y no la venganza, el amor y no la violencia, el corazón humilde y no el dominio oprimente. ¡Cuánto necesita el hombre contemporáneo la misericordia! (Juan Pablo II). La compasión debe guiar a la humanidad apesadumbrada por nuevas y antiguas inquietudes e incertidumbres, por el llanto de las víctimas en atentados y por la inseguridad diaria de los ciudadanos. Sin respeto de las personas y sin la misericordia recibida y otorgada se hace inhóspito nuestro mundo. Por intercesión de María, Madre de Misericordia, pedimos a Dios el don de la paz, fundada en la justicia y el amor.
Hace unos meses (6-5-2016), en el discurso de agradecimiento por el Premio Carlo Magno, preguntaba el Papa: “¿Qué te ha sucedido, Europa?”. Pareces cansada y envejecida; esta situación contrasta con tu historia, a la que caracterizan la creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse de nuevo y de salir de los propios límites. Pero si las raíces enferman, la planta se mustia; y sin vitalidad el árbol pierde fecundidad. Deseamos una Europa de hombres libres y solidarios, acogedores de las personas, porque han comprendido que Dios bendice la hospitalidad (cf. Mt.25,35; Heb.13,2). No colma nuestras aspiraciones una Europa que se atrinchera en su prosperidad y se cierra al clamor de quienes llaman a sus puertas y de quienes a distancia contemplan nuestro bienestar postrados en la pobreza y la desesperanza. Queremos una Europa cuyos jóvenes puedan compartir con otros jóvenes la esperanza en el futuro desde el Atlántico hasta los Urales, desde el Mar del Norte hasta el Mediterráneo. “Sueño una Europa joven, capaz de ser madre todavía: Una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida” (Papa Francisco).
“Solo una Iglesia rica de testigos (de Jesús) podrá regar con el agua fresca del Evangelio las raíces de Europa”. Necesitamos personas abiertas por la fe al infinito, necesitamos misioneros de Jesucristo sin fronteras, voluntarios educadores y sociales sin fronteras, cuidadores de la salud de todos sin fronteras, defensores de la paz sin fronteras. ¡Que las fronteras no nos encierren en nuestro egoísmo y nivel de vida, sino que sean una incitación para ir al encuentro de los demás y trabajar unidos a favor de la humanidad que en el proyecto de Dios es una sola familia! El humanismo cristiano, vivido por los padres fundadores de Europa, debe promover los derechos de cada uno sin olvidar los deberes de todos. En los cimientos del edificio europeo está el reconocimiento de todo ser humano con la dignidad de persona, que Dios custodia.
¿Qué nos dice el Evangelio, proclamado hoy en nuestra asamblea, junto al santuario mariano universal de Czestochowa, a nosotros venidos de España para compartir la amistad y la fe con nuestros hermanos procedentes de tantos lugares e Iglesias? La Jornada Mundial de Cracovia será sin duda un foco de fe y de esperanza, de evangelización y humanización. Estamos seguros de que el mismo espíritu de familia en la fe, que en otras Jornadas hemos compartido, alentará también estos preciosos días.
La madre de los Zebedeos no diagnosticó acertadamente las indigencias de sus hijos ni su auténtica esperanza. A nosotros nos ocurre lo mismo. Llama la atención cómo la reacción de los discípulos a los anuncios de Jesús de su destino pascual en Jerusalén es siempre la incomprensión y el rechazo. También a nosotros, como los discípulos de la primera hora, el Señor nos dice: “No sabéis lo que pedís” ((Mt. 20, 22). Santiago, nuestro patrono, tuvo que aprender también a ser discípulo de Jesús.
Del 15 al 20 de agosto de 1989 en la IV Jornada Mundial de la Juventud escuchamos muchos el mismo Evangelio en el Monte del Gozo, a las puertas de Santiago de Compostela. Unimos también así la Galicia de España con la Galicia de Polonia. Celebramos este acontecimiento extraordinario justamente en la patria y en la diócesis de Cracovia, donde ejerció el ministerio episcopal el Papa Juan Pablo II, con quien están íntimamente unidas las Jornadas Mundiales de la Juventud; a él, en efecto, se debe esta iniciativa pastoral, providencial y feliz , que ha recorrido ya una larga historia y ha ejercido una incidencia profunda en la fe y en la orientación vocacional de miles de jóvenes. Para los mayores esta reiterada experiencia es motivo de satisfacción, de estímulo para el trabajo pastoral y fuente de esperanza. Hace 25 años (del 15 al 20 de agosto de 1991) el Papa Juan Pablo II presidió aquí la VI Jornada Mundial de la Juventud.
En la diversidad de lugares y tiempos, respondiendo a la aspiración equivocada de la madre de Santiago y Juan dijo entonces Jesús y nos dice ahora: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos” (Mt. 20. 25-28). Por paradójico que pueda parecer, la fuerza salvadora y humanizadora se esconde en la cruz del Señor y en la victoria de la resurrección.
En esta extraordinaria oportunidad de la Jornada Mundial de la Juventud queremos escuchar dócilmente estas palabras para que sean luz y norte de nuestra existencia como discípulos-misioneros del Señor. Nos viene bien dejarnos corregir por el Señor, ya que proyectamos frecuentemente de manera equivocada nuestro futuro. Nos viene bien contar con Dios y trabajar generosamente por los demás; nos renueva “salir” como misioneros del Evangelio; aunque cueste fatiga, es saludable peregrinar para desentumecer nuestros cuerpos y despertarnos del sopor espiritual. Si alguien nos dijera que en la comodidad consiste el sentido de la vida y la auténtica felicidad, no lo creamos ya que no es profeta de la verdad. La dignidad de la persona humana se fundamente en que Dios nos ha creado a su imagen; dejemos que el resplandor de su rostro ilumine nuestros pasos. Aprendamos a vivir en la escuela del Evangelio; caminemos junto con otros hermanos`´; sin cultivar la fraternidad en la fe se pone en peligro la continuidad de la iniciación cristiana y del seguimiento de Jesús.
Si en Santiago de Compostela, en la IV Jornada Mundial de la Juventud, escuchamos a Jesús que nos dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn.14,6); en la presente Jornada, ya la XXXI, escuchamos a Jesús: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5,7).
En los comienzos de la evangelización de nuestro pueblo estuvieron unidos, según la tradición, el Apóstol Santiago y Santa María la Virgen; en el Camino de Santiago innumerables veces hallamos juntos a la Virgen Peregrina y al Apóstol. También hoy están especialmente unidas la memoria litúrgica de Santiago Apóstol y la devoción a nuestra Señora de Jasna Gora. No podemos evangelizar sin la compañía y la intercesión de María. No se transmite a Jesús, el Evangelio en persona, sin la Madre que lo dio a luz en Belén.
¡Que nos cuide como Madre la Virgen María que escuchó obedientemente la Palabra de Dios; que dijo sí con corazón indiviso, poniendo en manos de Dios las llaves de su voluntad; que meditó en su corazón lo que Jesús decía y hacía; que, además de Madre, fue también Discípula del Señor (cf. Lc.11, 27-28); que lo siguió hasta el Calvario manteniéndose fielmente en pie junto a la cruz; que en la efusión del Espíritu Santo acompañó a la comunidad naciente; que está en los orígenes de la Iglesia; y que intercede ante Dios por nosotros peregrinos! ¡Que María nos acompañe en el camino de la evangelización! ¡Santa María, Virgen y Madre; Santiago, Discípulo, Apóstol y Mártir, interceded por nosotros!
Cardenal Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo Metropolitano de Valladolid, presidente de la Conferencia Episcopal Española