JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista
El 6 de agosto de 1966 (VN, nº 534), era noticia la publicación más esperada del Secretariado Nacional de Liturgia: el Ritual en castellano para las diócesis de España. Se trataba de un trabajo concluido por la Comisión Episcopal de Liturgia, que dejaba patente que en un futuro se observarían reformas más profundas.
Nueve días antes de que se pudiera utilizar el Ritual, Vida Nueva preparaba así a sus lectores: “A partir del día 15 de agosto podrán celebrarse en castellano todos los sacramentos y bendiciones, usando los textos oficiales que se contienen en el mencionado Ritual”. Aunque desde el 10 de febrero de 1965 venían celebrándose eucaristías en español a modo de ensayo, esta publicación representaba un salto cualitativo sin marcha atrás.
Gracias a la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, la lengua española resonaría en los muros de las iglesias, para que no participáramos “como extraños y mudos espectadores” (n. 48), sino de manera “plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas” (n. 14).
Solo con el fin de adaptarse a su tiempo, la Iglesia de Occidente estableció la liturgia en latín en el siglo IV. Hoy, la mirada de jóvenes nostálgicos a la liturgia anterior no debe ser interpretada más allá de un signo de pluralidad. Ni tampoco debe preocuparnos. Como dicen que algún día expresó Francisco, “es una moda, a la que no hay que prestar demasiada atención”.
En el nº 2.999 de Vida Nueva