EDITORIAL VIDA NUEVA | Entre el 5 y el 21 de agosto, Río de Janeiro acogerá a 10.500 de atletas de más de 206 países para participar en los Juegos de la XXXI Olimpiada. Hoy poco queda de aquella euforia nacional que supuso su designación oficial, en 2009, frente a otras ciudades candidatas. Por aquel entonces, Brasil asombraba al mundo como una de las economías emergentes que marcarían el rumbo del nuevo siglo y que, además, se mantenía al margen de los efectos de la devastadora crisis económica mundial.
Ahora el país asiste atónito a unos acontecimientos que han llevado incluso al proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff y ni siquiera le consuelan unos Juegos que la mayoría rechaza.
En medio de este escenario, donde ni las inversiones ni las infraestructuras son lo prometido, la Iglesia quiere aprovechar el evento para favorecer la cultura del encuentro que propone el papa Francisco. Se trata de que los que vienen de fuera, pero también lo que ya viven allí, profundicen en la solidaridad con los que menos tienen, en cultivar la paz en una país con índices intolerables de violencia, en respetar la dignidad de las personas. Factores en los que no solo gana un equipo, sino que benefician a todos.
En el nº 2.999 de Vida Nueva. Del 30 de julio al 5 de agosto de 2016
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