Un hombre renqueante entra en el lugar en el que un grupo de seres humanos invirtió mal sus dones para idear la manera más rentable y brutal de matar a otros seres humanos.
Mientras, prácticamente la mitad de la población de la primera potencia mundial está decidida a darle el poder a un tipo que quiere levantar un enorme muro y no dejar entrar a inmigrantes ni a musulmanes. Mientras, otro tipo, empeñado en reverdecer las viejas ínfulas hegemónicas de la guerra fría, le hace guiños a ese candidato y otrora acérrimo enemigo, convencido de que la creciente inseguridad mundial les hará a ambos –y a sus arsenales nucleares– más fuertes y decisivos.
Mientras, otro individuo maquina resucitar sultanatos que hicieron temblar al mundo apoyándose en una democracia de tienda de chinos. Mientras, otros chinos juegan a financiar guerras en el corazón de África para quedarse con sus materias primas. Mientras, miles de desplazados de esas guerras y otras con los mismos intereses desesperan por llegar a Europa. Mientras, una Europa aterrorizada blinda sus fronteras y su conciencia y deja crecer en su cuidado jardín la misma semilla que ideó las cámaras de gas y las “celdas del hambre”, como esa en la que ahora se sienta para rezar este hombre renqueante.
Mientras, en países como el nuestro, los políticos juegan con fuego a desvirtuar la democracia, abonando el terreno del populismo. Mientras, en países de América Latina, el populismo crece vigoroso y se invoca al realismo mágico para defender al pueblo del pueblo. Mientras, en este gran río revuelto y tan contaminado como las aguas en donde se disputan unos Juegos Olímpicos, impera el dios dinero, como lo llama el hombre renqueante, quien, mientras, pide a Dios perdón por tanta crueldad en el mundo y desinstala a miles de jóvenes retándoles a dejar huella creando una nueva humanidad.
Publicado en el nº 3.001 de Vida Nueva. Ver el sumario