Mallorca, una catequesis perdida


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Fariseos, escribas, doctores de la ley, una adúltera a ojos de su marido, un buen puñado de piedras para ser lanzadas… Incluso un padre que aguarda en otra diócesis al hijo pródigo, que ha dilapidado su hacienda por culpa de unas fiebres adolescentes. Seguramente, nunca Javier Salinas, reconocido experto en catequesis, se hubiera imaginado que protagonizaría semejante caso lleno de enseñanzas y lecciones también para la iniciación cristiana.

“El marido celoso gana la partida y echa de Mallorca al obispo”, resumía en su titular El Español para cerrar un caso que, para los amantes de esas verdades eternas que usan a modo de látigo, haría remover en su tumba al obispo de Oviedo que en su día censuró a Clarín por entregar a la Regenta al cura más apuesto y ambicioso de toda la comarca.

De todos los aspectos folletinescos que rodean un caso donde no falta un profundo dolor al menos a cuatro manos, lo que menos me interesa es el tema de los anillos de ambos “caminantes”, si fueron simples malinterpretaciones de gestos y actitudes, si presentó la renuncia, le cesaron o le buscaron una salida ante la imposibilidad de mirar a los ojos de su clero. Lo que aún me asombra es esa misa de despedida con un templo medio vacío.

Regresa Salinas a su tierra, donde ya se sabe que nadie es profeta. Por más víctima que sea, no logrará librarse de la sombra de una duda que la mayoría ya no alberga.

Una de las enseñanzas desaprovechadas de este desgraciado caso es el empeño en seguir considerando a los fieles, a los laicos, como eternos menores de edad. Algunos olvidan que son capaces de seguir un discurso lógico, de entender los argumentos de una explicación incluso hasta el punto de saber perdonar. Pero también son capaces de detectar a la legua las componendas de vuelo gallináceo. Quieren pastores, no ídolos de barro a los que adorar.

Publicado en el número 3.003 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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