GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
No sin desconcierto, incluso con algo de impotencia, somos espectadores de lo que está sucediendo en el terreno político-institucional en España durante estos últimos meses. El resultado de las urnas es mal administrado por los que el pueblo ha elegido como sus representantes, convirtiéndose en dueños de una situación de la que solo son administradores. Sencillamente son incapaces de ponerse de acuerdo.
Sin querer entrar en la arena política, sí me parece necesario poner sobre la mesa lo que creo que hay en el fondo de estas actitudes: una falta clara de generosidad. Esta falta de generosidad engorda el egoísmo que se esconde en el corazón humano. Y todo se hace objeto de posesión: ideas, posturas, proyectos, determinaciones. Y la pregunta: ¿para beneficio de quién?
La generosidad es humilde y tiene en cuenta al otro; el hombre generoso busca la verdad y el bien de los demás sin buscarse a sí mismo, y es capaz de ceder sin renunciar a sus convicciones. El generoso no se cansa de serlo, sino que busca el bien hasta el final. La generosidad hace posible la cultura del encuentro y del diálogo. Es la posibilidad de ser amigos aun en la diferencia.
Estas actitudes de falta de generosidad no surgen espontáneamente, sino que llevan detrás una educación. Por eso, el camino para construir un mundo generoso es educar al hombre en la generosidad. Abrirlo a los demás en el reconocimiento, el respeto y la aceptación; enseñarle que se puede, y se tiene, que amar en la diferencia. ¿Por qué no educar en la regla de oro del Evangelio?: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros”.
Publicado en el número 3.004 de Vida Nueva. Ver sumario