MIÉRCOLES 21. Mesa redonda con los seminaristas de Madrid. Raquel Martín, de Ayuda a la Iglesia Necesitada, les provoca. “¿Quién de vosotros estaría dispuesto a conceder una entrevista a un periodista aquí y ahora?”. Pocas manos levantadas. Las que hay, con timidez. Falta arranque en la Iglesia para comunicar. Y hay miedo al periodista. Ella provoca aún más. “Lo mejor que os puede pasar en esta vida es que un periodista se acerque a vosotros”. Ellos acogen y proponen. Y nosotros, desde el otro lado de la mesa, nos hacemos nuestra propia terapia de grupo. No mordemos. [A FONDO: ¿Comunica bien la Iglesia? Responden 40 periodistas]
JUEVES 22. Cena del equipo de pastoral. En la terraza del anfitrión. Nos enseña su casa. O, mejor, nos abre su casa. Un telescopio. “Desde aquí se puede ver muy bien la luna”. Entonces me pregunto cuál es la última vez que la he buscado en mi cielo cotidiano. Miro de frente y hacia abajo. Ella sigue ahí. Aunque la ignore. Aunque la esconda la contaminación lumínica. La urgencia de mirar a través del telescopio. Filosofar.
VIERNES 23. Una caída desafortunada y una de mis tías acaba en Urgencias. El hombro roto. La templanza, intacta. Y la cercanía de Agustín, el capellán, impagable. Su sola presencia humaniza el dolor. Alienta al enfermo. Tranquiliza a la familia. Hace mirar más allá de la magulladura. Sigo sin entender por qué les quieren fuera, amparándose en la laicidad. ¿Quién cubrirá esa baja de humanidad?
DOMINGO 25. Bautizo de Blanca. El sentido de la fiesta en Andalucía. Celebrar la vida. Apadrinar. Un compromiso que aquí parece mantenerse más allá del regalo preceptivo, como una responsabilidad que no admite fin de contrato.
MARTES 27. Remato el libro de Lucetta Scaraffia. “Desde el último banco”. Solo una primera vuelta. Este fin de semana volveré de nuevo sobre él. He desgastado el subrayador. “El servicio humilde y obediente al que se llamaba a las religiosas, que se transforma fácilmente –cada vez menos, por fortuna–, en sumisión”. Realista. Y, por ello, valiente. Cal y arena. “Se olvida que el cristianismo es la primera –y la única– religión que ha dado igual valor espiritual a hombres y mujeres”. Sigo subrayando. Comento mi reflexión sobre esas Iglesia inexistente sin el genio femenino. En estas, me cuentan que Francisco ya se lo ha leído. Y respaldado. [A FONDO: El déficit femenino del Sínodo: la última de la fila]
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Publicado en el número 3.005 de Vida Nueva. Ver sumario