JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista
“De nuevo elevamos nuestra voz con gran clamor y lágrimas a los jefes de las naciones, rogándoles (…) que no se extienda más el incendio, sino que aun se extinga por completo (…). Por consiguiente, todos aquellos a quienes incumbe, creen las necesarias condiciones con las cuales se llegue a dejar las armas (…). En nombre del Señor gritamos: ¡alto! Tenemos que aunarnos para llegar con sinceridad a planes y convenios” (Christi Matri, 4).
El lamento de Pablo VI era reflejado en una breve carta encíclica publicada en un contexto azotado por el dramático conflicto de Vietnam. Allí, también hubo refugiados que intentaron escapar de la muerte. Y, allí, dos grandes potencias mundiales buscarían la paz a través de la guerra. Mientras Estados Unidos apoyó al sur y la Unión Soviética al norte, ríos de sangre corrían por las tierras vietnamitas, y ríos de lágrimas por las casas de ciudadanos que, perplejos delante del televisor, o de la portada del 1 de octubre de 1.966 (VN, nº 542), contemplaban el alcance del conflicto.
Hoy, acostumbrados a vídeos violentos en las redes sociales, no nos remueve un lustro de imágenes de guerra que fotografían a Siria. A EE.UU. y a Rusia sí, pero parecen haber soterrado un plan de paz necesario para resolver el conflicto. Porque, como ha dicho Ban Ki-moon, es imposible solucionarlo por vía militar. Mientras tanto, el tiempo pasa. Y junto a la paz, se entierran vidas.
Publicado en el número 3.005 de Vida Nueva. Ver sumario