A pesar de que la edad media rondaba los sesenta y tantos años, los congregados bien podían considerarse una muy respetable representación de la juventud del Papa, pero no de esa que nos hemos acostumbrado a oír cantar en los últimos años. De esa, ni rastro. Estos eran los jóvenes de Montini, aquellos muchachos y muchachas que quedaron prendados en sus años de seminario, en los de la floreciente vocación, de un pontífice de porte elegante que invitaba a hablarle a un mundo que miraba la religión desde el retrovisor de la conquista espacial.
Uno de los “tocados” fue el cardenal Pietro Parolin, entonces seminarista, quien no disimuló su aprecio por quien consideró “el primer Papa moderno” durante el simposio homenaje con el que la Conferencia Episcopal Española y la Fundación Pablo VI quisieron, de alguna manera, saldar la deuda que tanto la Iglesia como la sociedad española tienen con quien fuera cardenal de Milán.
Una deuda que, sin embargo, no todos reconocen. Vilipendiado por el franquismo, diríase que esa “leyenda negra” contra Pablo VI permeó también capas de esa Iglesia que suele desarrollar anticuerpos ante el diálogo con la contemporaneidad. Y sea porque esa cepas se transmiten –también por omisión– en los centros de formación, sea porque el fulgor de Juan Pablo II le eclipsó más de lo que su figura merecía, lo cierto es que Montini sigue siendo un gran desconocido entre nosotros.
Francisco le ha rescatado y nuestro Episcopado parece haberse sumado con sincera devoción, reconociendo la actualidad, y necesidad, de su magisterio en un país como el nuestro.
Por eso extraña tanto que, celebrándose el simposio en Madrid, tan cerca de algunos de los seminarios con más vocaciones, no hubiese ni un seminarista que al menos hubiese ayudado a bajar la media. Los jóvenes de Montini no se sorprendieron. Aunque los echaran en falta.
Publicado en el número 3.008 de Vida Nueva. Ver sumario
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