Bajo mínimos


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A la tercera, España ha dejado de estar en funciones. Aunque por momentos, y a tenor de algunos datos, entre otros, los del FMI, ha dado la sensación de que el país iba mejor con el piloto automático puesto. Lo que da idea de desde dónde se hace hoy la política. En todo caso, de lo visto y oído en el último debate de investidura poca grandeza cabe extraer de sus protagonistas. Han concordado tapándose la nariz y llegado a un desbloqueo por la puerta de atrás, desposeyendo de altura de miras el servicio al bien común.

A ello no ha ayudado la visión, por enésima vez, de diputados que en estos casi diez años de crisis han dejado patente su ineficacia parlamentaria o su ceguera ante la corrupción, cuando no su connivencia. Tampoco ahí hubo grandeza y algunos se obcecan en no saber marcharse y otros persisten en no aprender a llegar. No se trata de invocar a la democracia como si fuese una ouija alrededor de la cual sentarse un rato para echar unas risas mientras se hace escuchar a los incautos lo que quieren oír.

Ya lo decía Adela Cortina, nueva doctora honoris causa por Deusto: la democracia es el mejor de los sistemas de gobierno, pero es muy difícil llevarla a cabo. “Se necesita una ciudadanía muy madura”. Y en los tiempos de Trump, del Brexit, de una Europa que mercadea con sus valores y de una prensa que zancadillea a refugiados con sus hijos en brazos, es suicida conformarse con construir democracia a golpe de tuits.

Hace ahora 30 años de la Ética mínima de Cortina y da la sensación de que estamos retrocediendo en la búsqueda de esos valores y actitudes en común que nos vertebren. En el Congreso de los Diputados están, de hecho, bajo mínimos y quienes nos han de representar se empiezan a tolerar por el rabillo del ojo.

Publicado en el número 3.010 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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