FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España
Según me contó una persona conocedora del asunto, no fue la manifiesta religiosidad del presidente Ronald Reagan la razón que lo llevó a establecer con el Vaticano relaciones diplomáticas al máximo nivel de embajadores, sino que el motivo principal se debió a su decisión de atender una vieja demanda de los servicios de seguridad estadounidenses, que reclamaban una relación más directa con la Santa Sede, reconociendo así implícitamente la capacidad de información y la influencia política que en el escenario mundial se le atribuye al minúsculo Estado de la Iglesia católica.
La mayoría de las veces, en España se incurre en el error de reducir al ámbito estrictamente religioso las relaciones con la sede papal, obviando todo el ingente caudal que en materia de información, de mediación, de arbitraje, de influencia o sencillamente de presencia que tiene el Vaticano y, muy especialmente, el pontífice, cuya autoridad moral excede los límites de la fe y de los centenares de millones de creyentes, esparcidos por los cinco continentes.
Todo esto viene a cuento porque realmente impresiona ver cómo día a día se fortalece entre todas las gentes la imagen del papa Francisco, que con su presencia, con sus palabras o incluso con sus gestos está asumiendo un liderazgo mundial, supliendo las gravísimas carencias que en el campo de la política y de las ideologías sufre el mundo actual.
No hay problema o conflicto sobre el que Francisco no se pronuncie demandando soluciones, denunciando injusticias o, sencillamente, aportando consideraciones éticas para así suplir el agotamiento y el vacío doctrinal que hoy existe en la vida de las personas y los pueblos, sobre todo por su falta de referencias o de modelos a seguir.
Sin salirme del campo estrictamente político, la labor callada de la diplomacia vaticana y el protagonismo alcanzado en algunos de los conflictos más enquistados a niveles internacionales o en el ámbito interno de las naciones convierten al Vaticano en un actor más propio de una primera potencia que de una realidad cuasi simbólica, como establece su tamaño y poder material. La relación es apabullante: la mediación en el establecimiento de las relaciones entre EE.UU. y Cuba poniendo fin a una situación que representaba el último capítulo de la Guerra Fría. El intento permanente de evitar un enfrentamiento civil en Venezuela, esfuerzo en el que el actual secretario de Estado, Pietro Parolin, tiene un protagonismo importante por su condición de antiguo nuncio en Caracas.
Sin salir de Hispanoamérica, no podemos olvidar la decisiva mediación vaticana en la resolución del conflicto colombiano o en las tensiones de Ecuador con sus vecinos.
Pero en otras áreas del mundo, la callada labor de la Santa Sede ha contribuido a reducir tensiones o establecer puentes de diálogo, como en el acercamiento a la hasta hoy lejana Iglesia ortodoxa rusa, que ha permitido abrir vías de comunicación inéditas en las peligrosas tensiones entre Putin y EE.UU.
Y siempre el papa Francisco, acompañando a los refugiados, a los emigrantes, a las víctimas del terrorismo, buscando la convivencia de las religiones, evitando la condena de cualquier credo. Levantando en solitario su voz en defensa de las causas perdidas. En un mundo sin contrapoderes donde el relativismo imperante justifica incluso lo contradictorio, solo nos queda y cada vez más, el liderazgo del Obispo de Roma y su autoridad moral, solitaria y solidaria, pero a la vez esperanzadora y reveladora para muchos.
Publicado en el número 3.010 de Vida Nueva. Ver sumario