MARÍA GÓMEZ | Desde hoy, el Colegio cardenalicio es más internacional que nunca: 17 nuevos miembros han sido incorporados, y con ellos, 79 países están representados en el organismo que asiste al Papa y que tiene el encargo de escoger a cada nuevo pontífice. La ceremonia que ha tenido lugar hoy sábado 19 de noviembre en la Basílica de San Pedro ha sido sencilla en las formas: saludo, proclamación del Evangelio, homilía del Papa y entrega de los birretes y anillos. Pero emocionante en el fondo. En el tercer consistorio de su pontificado, Francisco ha pedido a los nuevos cardenales que no se dejen tentar por “la cumbre”, gasten su vida “en la llanura” con el pueblo, que amen a los enemigos y que luchen contra “el virus de la polarización y la enemistad” en la Iglesia.
En nombre de los nuevos purpurados habló el italiano Mario Zenari, nuncio apostólico en Siria, que ha agradecido no solo el nombramiento, sino también el Jubileo de la Misericordia que se ha desarrollado durante este año y que concluirá mañana, y que relacionó con la persecución y el martirio que sufren a diario millones de personas: “Algunos de nosotros venimos de lugares donde muchos, millones, son muy desgraciados, adultos y niños permanecen muertos y medio muertos, a causa de la violencia y de sangrientos, inhumanos e inexplicables conflictos cuya trágica consecuencia sufre la población civil, causando mucho sufrimiento y catástrofes de enormes proporciones. Estas regiones se han convertido así en lugares de ejercicio de las obras de misericordia a cargo de tantas organizaciones humanitarias, personas de todo credo o con sentimientos de humana compasión. Pedimos el cese de la violencia y la guerra en todo el mundo, para la reconciliación y la paz, la acogida a los refugiados, la solidaridad entre las naciones y todo el pueblo”.
Después, tuvo lugar la lectura de un apropiado texto del Evangelio (Lucas 6, 27-36: “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?), y la posterior glosa del Papa en su homilía, con una invitación a no dejarse tentar por la cumbre del poder, sino a usar este para acercarse y servir al pueblo con misericordia: “La elección [de los doce apóstoles], en vez de mantenerlos en lo alto del monte, en su cumbre, los lleva al corazón de la multitud, los pone en medio de sus tormentos. (…) La verdadera cúspide se realiza en la llanura”.
Francisco ha señalado “cuatro imperativos” para plasmar la vocación “en lo cotidiano de la vida” y que hacen “tangible el camino del discípulo”: “Amen, hagan el bien, bendigan y rueguen”. Pero ha alertado del riesgo de realizar estas cuatro acciones solo con los amigos y las personas cercanas: “El problema surge cuando Jesús nos presenta los destinarios de estas acciones, y en esto es muy claro, no anda con vueltas ni eufemismos: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman“.
“Nos encontramos –ha revelado Francisco– frente a una de las características más propias del mensaje de Jesús, allí donde esconde su fuerza y su secreto; allí radica la fuente de nuestra alegría (…). El enemigo es alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos“.
Y añadía: “El amor incondicionado del Padre para con todos ha sido, y es, verdadera exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar. Saber que Dios sigue amando incluso a quien lo rechaza es una fuente ilimitada de confianza y estímulo para la misión”.
Después, el Papa ha vuelto sobre uno de los lamentos más repetidos en sus últimos pronunciamientos públicos: la tragedia de los refugiados e inmigrantes y la falta de solidaridad para con ellos: “Vemos, por ejemplo, cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no solo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estado de enemigo. Enemigo por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres. Enemigo por su color de piel, por su idioma o su condición social, enemigo por pensar diferente e inclusive por tener otra fe. Enemigo por… Y sin darnos cuenta esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder. Entonces, todo y todos comienzan a tener sabor de enemistad”.
Y, desde aquí, hiló con la posibilidad de que “el virus de la polarización y la enemistad” se cuele en la vida de la Iglesia: “Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento se siembran por este crecimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros. Sí, entre nosotros, dentro de nuestras comunidades, de nuestros presbiterios, de nuestros encuentros”“.
Reconociendo que “no somos inmunes a esto”, pidió a los fieles que vigilen “para que esta actitud no cope nuestro corazón”, porque “iría contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia que podemos palpar en este Colegio cardenalicio. Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas”.
“Jesús no deja de ‘bajar del monte'” y “nos sigue llamando y enviando al ‘llano de nuestros pueblos'”, alentó Francisco, y, dirigiéndose explícitamente a los nuevos cardenales, les ha asegurado que “el camino al cielo comienza en el llano, en la cotidianeidad de la vida partida y compartida, de una vida gastada y entregada. En la entrega silenciosa y cotidiana de lo que somos. Nuestra cumbre es esta calidad del amor”.
“Hoy se te pide cuidar, en tu corazón y en el de la Iglesia, esta invitación a ser misericordioso como el Padre“, finalizó.
Finalizada la homilía, Francisco leyó la fórmula de creación de los nuevos cardenales, que se iban poniendo en pie a medida que los llamaba uno por uno. El rito siguió con la profesión de fe de los nuevos purpurados y el juramento de fidelidad y obediencia al Papa.
Después, también uno por uno se fueron arrodillando frente al Pontífice, que les imponía el capelo y el birrete, les entregaba el anillo y el título con el que se les asigna a cada uno una iglesia de Roma, y les felicitaba con un abrazo. Especialmente significativo y emotivo fue el último, al neocardenal Ernest Simoni, sacerdote albanés que sufrió la cárcel y que sobrevivió a las torturas y a una condena a muerte.
Mañana por la mañana, todos ellos volverán a celebrar juntos la misa con la que se clausura el Jubileo de la Misericordia.