Los Reyes y la nada en Añastro


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Miró al techo, a los sofás rojos a su espalda, al helador pasillo de la entrada principal de la Conferencia Episcopal, donde esperaba junto a otros colegas la llegada los Reyes, y sentenció: “¡Qué antiguo es todo esto!”. La periodista, acreditada ante la Casa Real por un importante diario para seguir la actualidad de Felipe y Letizia, no encontró ni rastro de glamur a su alrededor, por lo que no le extrañó que los obispos también durmieran en el mismo edificio cuando venían a sus asambleas. “No, eso no”, le aclaró un colega habitual de Añastro, evitándole el escalofrío. Entonces aparecieron los monarcas, escrutó la sonrisa de la Reina y todo le volvió a cuadrar a la buena mujer.

La anécdota muestra el desconocimiento sobre la Conferencia Episcopal, y por extensión, sobre la Iglesia misma, en un país que se consideró “reserva espiritual de Occidente”. Quizá de ahí la saturación.

Y resultaría llamativo que un periodista ignorase tantas cosas sobre la institución y sus pastores, pero no es de extrañar viendo la exigua cobertura que la prensa, toda ella, había dado ese día al discurso inaugural del cardenal Blázquez en la Plenaria. Una alocución sobre el diálogo y el bien común, la generosidad y la altura de miras, el servicio y el acompañamiento. Vamos, un discurso raro para estos tiempos. Pero ni por esas.

La propia alocución de Felipe VI se fue diluyendo en media docena de boletines hasta llegar a la nada. Ese fue el interés que concitó la historia convergente de dos instituciones que también coinciden en su momento de crisis. Sin duda, habrá motivos para ver las causas, si pretenden prolongarse en el tiempo, aunque quizás no encuentren noticia de ello sus súbditos y fieles si los vómitos de Messi y los grititos de Ronaldo siguen llenando la mitad de unos telediarios que han abierto con una trifulca entre hooligans.

Publicado en el número 3.013 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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