Jesús vio a las mujeres


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Una de las innovaciones más revolucionarias de Jesús es que vio a las mujeres, una presencia irrelevante para los hombres de su generación. No solo era capaz de verlas, sino que identificaba a viudas, pobres, prostitutas, extranjeras…, las más marginadas. Es una revolución de la que el Evangelio da testimonio, pero que durante más de mil años ha sido ignorada por una tradición patriarcal.

Hoy, el descubrimiento de las mujeres en las narraciones del Evangelio es una de las innovaciones más importantes de la exégesis: sacar a la luz su presencia ha sido crucial para las mujeres primero, pero también para los hombres.

Enzo Bianchi, en un libro maravilloso (Jesús y la mujer) conduce al lector para no solo descubrirle esta presencia femenina, sino para leer los significados profundos que se desprenden de ella.

La presencia femenina se considera algo evidente, pero nadie me había hecho caer en la cuenta hasta ahora de que si tenemos acceso a las crónicas completas de la muerte de Jesús es porque las mujeres estaban al pie de la cruz, mientras que los apóstoles se habían ido de allí por miedo. Ellas son la fuente de los evangelistas y, de la misma manera, ellas –en particular, María Magdalena– pasan por ser los primeros testigos de la resurrección.

Estos elementos serían suficientes para reconocer el papel de las mujeres en el Evangelio. Pero también están aquellas que se encuentra Jesús en sus viajes, con las que habla, a las que cura. Son mujeres reales, con problemas, pero capaces de amar más que los hombres, de comprender el mensaje revolucionario de Jesús inmediatamente y de reconocerle sin dejar lugar a dudas. Así sucede con ese “yo soy” a la samaritana, o en la confesión de fe que hace Marta en la escena de la resurrección de Lázaro.

Bianchi contrapone en su libro la intensidad con la que se reflejan las relaciones de las mujeres con Jesús frente al olvido y marginación a la que fueron reducidas durante siglos en la Iglesia. Y eso que fue María la primera en reunir “las condiciones requeridas para ser apóstol”. Ahora solo cabe esperar que nada podrá ser como antes para las mujeres en la Iglesia.

Publicado en el número 3.014 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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