SEBASTIÀ TALTAVULL ANGLADA | Obispo auxiliar de Barcelona
Estamos ante una vocación, la del diaconado, que pide más reconocimiento y atención por parte de todos, obispos, sacerdotes y laicos, no solo por la necesidad que hay de este carisma, sino por el bien social que supone para los tiempos que vivimos. Reconocimiento y atención para que sean muchos los que se pregunten sobre la posibilidad de su vocación diaconal, que puede ser vivida desde un compromiso personal, familiar y social.
El papa Francisco ha hablado de tres aspectos que hacen del diaconado un atractivo evangélico de vida: la disponibilidad, la mansedumbre y el diálogo con Jesús.
San Policarpo dice que Jesús se ha hecho diácono de todos y san Pablo invita a aspirar a ser una persona dispuesta a servir. El papa Francisco añade que si “evangelizar” es la misión asignada a cada cristiano en el bautismo, “servir” es el estilo mediante el cual se vive la misión, la única manera de ser discípulo de Jesús, discípulo misionero. Da testimonio aquel que actúa como Él, aquel que sirve a los hermanos y hermanas identificándose con Cristo humilde, haciendo de la vida cristiana una vida de servicio.
Para muchos, la misión del diácono en la Iglesia y su identidad está aún por descubrir. Hay que entusiasmarse en el afán de profundizar dentro de nuestras parroquias, comunidades, familias y grupos cristianos, ya que es una opción privilegiada de servicio. Cuando se vive la entrega de uno mismo como opción de amor, comenzando por la propia familia y haciéndolo extensivo a todos, se llega sin problemas al objetivo propuesto.
El carisma diaconal en la Iglesia necesita de un reconocimiento público, más efectivo y afectivo. Reconocimiento que debe traducirse en confianza, voluntad de caminar y trabajar juntos. Las comunidades cristianas reclaman su presencia y hay que ser generosos en dar respuesta.
Publicado en el número 3.015 de Vida Nueva. Ver sumario
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