JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor
Fidel Castro, de quien tanto se ha hablado y se sigue hablando por razones obvias, escribió sobre religión pocos días antes de morir. Reconozco que saberlo me ha sorprendido. Me ha impresionado mucho. Y despierta en mí esta reflexión, que de ninguna manera es forzada. El líder revolucionario y ateo, que siempre especuló sobre política y economía en largos discursos que hoy ocupan metros y metros de venerados estantes en las bibliotecas cubanas, en su último artículo, titulado El destino incierto de la especie humana, apeló a la religión e incluso mencionó a Cristo.
Lo hizo de una manera tímida y un tanto caprichosa –dicho sea verdad–, pero sus palabras no ofrecen duda. “Hay muchas más cualidades en los principios religiosos que los que son únicamente políticos, a pesar de que estos se refieren a los ideales materiales y físicos de la vida”, declara el otrora rotundo Fidel. Y además añade: “También muchas de las obras artísticas más inspiradas nacieron de manos de personas religiosas, un fenómeno de carácter universal”.
En el mismo y postremo escrito –publicado el pasado 8 de octubre en Granma, el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba–, Castro concluye que “las religiones adquieren un valor especial”, y asegura conocer “bastante” de Cristo “por lo que he leído y me enseñaron en escuelas regidas por jesuitas o hermanos de La Salle, a los que escuché muchas historias sobre Adán y Eva, Caín y Abel, Noé y el diluvio universal y el maná que caía del cielo cuando por sequía y otras causas había escasez de alimentos”.
¿No es para quedarse uno pasmado? Así me quedé yo; pero enseguida me puse meditabundo. Y me acordé de Ortega y Gasset, cuando se quejaba con amargura de que ninguna cultura ha enseñado al hombre a ser “lo que constitutivamente es: mortal”. A fin de cuentas, todos morimos en esa radical soledad que quizás solo las religiones quebrantan con el anuncio de “otra vida”. ¡Y, oh casualidad! Precisamente dos días después de la muerte de Fidel Castro, el 27 de noviembre, el diario El País revelaba que el propio “Ortega y Gasset murió besando un crucifijo” y daba a conocer la existencia de una carta de Carmen Castro al colegio Lecároz en la que subraya que “el pensador falleció reconciliado con la Iglesia”.
Por supuesto, no pretendo llegar al punto de ingenuidad de pensar que el dictador cubano tal vez expiró musitando una oración, por ejemplo un padrenuestro. Si esa posibilidad imaginaria tuviera algo de realidad, no nos enteraremos hasta que pasen muchos años…
Soy muy consciente de que después de aquellos grandes críticos del siglo XX, nada ha vuelto a ser igual. Los nombres de Feuerbach, Marx, Nietzsche y Freud son paradigmáticos a la hora de sospechar. Y esa vena racionalista apela en mí a la “mera proyección”, según la cual los asomos religiosos de última hora solo son escapadas de la fantasía humana, paraísos imaginarios, finales felices para la realidad cruel o pura rebeldía ante la implacable muerte.
Pero, por otro lado, acude a mi alma esperanzada una intuición más luminosa. Pienso en ese último instante como una ocasión; o mejor, como la oportunidad. Es la hora del Padre. Aunque todavía la criatura está en este mundo, de alguna manera el alma se avecina al otro… ¿Y quién de nosotros puede saber lo que en ese misterioso estado ocurre?
Publicado en el número 3.015 de Vida Nueva. Ver sumario
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