Apenas repuestos de los ardores del discurso a la Curia, no es complicado imaginarse la cara de los devotos de este Papa al leer su carta a los santos inocentes. ¿Innecesaria? Poco importa que ya se conozcan esos pecados si persisten actitudes oscurantistas en los fondos abisales de la Iglesia, donde la falta de luz impone sus reglas. E intuyo el repelús por la cita papal a Unicef cuando algunos pastores la vetaron por abortista… Ya tienen otra excusa para hacer oídos sordos a esta petición de Francisco a los obispos.
Pero no quería hablar de esto. Quería retomar su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, un deseo que apenas duró unas campanadas, como vimos en Estambul. Quería hablar de que pocos textos (ya antes con otros papas) hay tan sentidos y necesarios como inútiles. Quería recordar su grito contra el comercio de armas y esos Estados que dicen defender los derechos humanos mientras venden los misiles que levantan este nuevo desorden internacional. Porque de esto, aunque no lo cite, también habla Francisco en su carta sobre los niños cuando invita a escuchar ese “gemido” de las madres “que nos llega al alma y que no podemos ni queremos ignorar”.
Pero lo seguimos ignorando. Quienes nunca hemos padecido una guerra nos sorprende que una niña pueda morir literalmente de miedo en un bombardeo. Las bombas no la rozaron, pero le rompieron el corazón. Ocurrió en Palestina hace años, pero me pregunto cuántos habrán sentido ese latigazo en Alepo. Y también me preguntó qué otras excusas tendremos para no oponernos con las armas del Evangelio a quienes comercian con las guerras. Hay ahí un arsenal inmenso de actividad, de indignación de la buena. Pero basta asomarse a algunas pastorales para ver que aún habitamos otro mundo.
Publicado en el número 3.018 de Vida Nueva. Ver sumario
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