FRANCISCO VÁZQUEZ Y VÁZQUEZ | Embajador de España
De todas las misiones diplomáticas permanentes existentes en el mundo, la Embajada de España cerca de la Santa Sede goza del privilegio de ser la más antigua, ya que su origen se remonta al reinado de los Reyes Católicos, en el año de 1475, diecisiete años antes del descubrimiento de América. Al récord de su decanato se une la singularidad de ser la legación diplomática que más tiempo lleva establecida en el mismo edificio, ya que desde 1622 reside ininterrumpidamente en el Palacio de España, que da nombre a la archiconocida plaza de España de la ciudad de Roma.
Pero la vital importancia que para España tuvieron las relaciones con la Iglesia se manifiesta en el número de embajadores, legados o simples enviados que, ante la corte papal, representaron a España desde mucho antes del reinado de Isabel y Fernando.
En la España visigótica encontramos ya la referencia a dos embajadores de la corte de Toledo: en el año 592, Provino; y en el 650, el obispo Zajón. Del Reino de León constan al menos dos embajadores. El Reino de Castilla, desde su primer embajador, que fue el arzobispo de Toledo, Bernardo, enviado en el año 1088, hasta el último, Diego de Saldaña, en 1474, acreditó a 196 embajadores. El Reino de Aragón, entre 1071 y 1475, envió a 591 embajadores, aunque muchos tuvieron la condición de emisarios y observadores. El Reino de Navarra, entre 1371 y 1510, desplazó a 50. Y Mallorca, cuando fue reino entre 1321 y 1342, envió 13 embajadores.
Incluso consta la existencia de un embajador del califato de Córdoba, Dinala, enviado por Abderramán III en el año 947.
A toda esta nómina habría que añadir las delegaciones reales y los observadores de los reinos peninsulares que asistieron a todos los concilios, desde el IV de Letrán en 1215, hasta el de Trento, en el que, durante los años de su duración, de 1542 a 1563, se sucedieron 22 embajadores.
Con ningún otro país del mundo mantuvo España una tan intensa y constante relación como con la Santa Sede, y los datos anteriores, aplastantes y elocuentes, justifican la gran importancia que para España tuvieron las relaciones con el papado.
En la historia de estas relaciones encontramos páginas tan importantes como la bula Inter caetera, con la que el papa Borgia, Alejandro VI, divide el Nuevo Mundo y las rutas marítimas entre España y Portugal, decisión refrendada en el Tratado de Tordesillas.
También es digna de subrayar la formación de la Santa Alianza entre Venecia, España, y los Estados Pontificios, que permite armar la flota que, en Lepanto, a las órdenes de don Juan de Austria, derrotó a los turcos, frustrando su expansión hacia el occidente europeo. Y no se debe olvidar el apoyo que el Papa, al final de la Guerra de Sucesión, prestó al rey Felipe V, siendo así el factor determinante que permite la instauración de la Casa de Borbón en España.
Es imposible condensar en estas breves líneas todos los importantes acontecimientos que sobrevienen en veinte siglos de una rica y brillante historia, pero los datos aportados permiten constatar la realidad de la importancia que la fe y la religión católica han tenido en nuestro devenir como nación a lo largo de todas las épocas.
Sorprenden, por tanto, los sectarios esfuerzos de quienes se niegan a aceptar el carácter cristiano de nuestra sociedad, manifestado no solo en la Historia, sino en nuestras costumbres y forma de vida. Una y otra vez asistimos a una campaña permanente, empeñada en desacreditar a la Iglesia católica, suprimiendo de la vida pública, institucional, escolar e informativa, cualquier referencia al hecho religioso. Sirva la Historia como argumentario incontestable de la verdad y, ojalá, también de alimento intelectual a los ignorantes.
Publicado en el número 3.022 de Vida Nueva. Ver sumario