Tímidas todavía, pero las muestras de indignada reacción ciudadana ante el veto del presidente Donald Trump a la llegada de inmigrantes de ciertos países a los Estados Unidos son esperanzadas señales de que aún hay sentido común latiendo bajo esta primera ola de frío populista de 2017.
Esto no tiene nada que ver con políticas migratorias y sí con la estigmatización del otro, del diferente, del pobre que llega arrastrándose por la frontera mexicana para convertirse en un violador en serie o del que viene a contaminar los valores de los pioneros, en el caso de los musulmanes que aterrizan con su pasaporte en regla. Esto tiene que ver con la manipulación, con el maridaje del miedo y la ignorancia que, en dosis como las que estamos viviendo a escala planetaria, acaba soñando monstruos. Lo decía hace unos días el papa Francisco ante un asombrosamente rendido diario El País.
Cierto que en ese combinado, unas gotas de autocomplacencia diciendo que, después de para los estadounidenses, América será el paraíso para los cristianos perseguidos, les disfrazará a muchos el punto amargo de la mezcla. A esas alturas, ¿quién repara en que muchos de esos perseguidos tienen también pasaporte sirio, lo que hace imposible esta promesa según el veto presidencial más criticado en décadas?
El cardenal Vegliò, hasta hace poco responsable del dicasterio para las Migraciones, afirmaba con rotundidad hace unos meses en Madrid, en un encuentro en Comillas: “Es absurdo acoger solo a refugiados cristianos”. Pero es que lo arbitrario, lo chocante y extravagante, el sinsentido y lo irracional se van imponiendo, y el 2016 nos ha dejado algunas sonadas muestras. Incluso en medio de marcos de desbordante belleza.
Como el de esa otra muerte en Venecia tan poco viscontiana, donde ante la mirada impasible de decenas de turistas en el Gran Canal, un inmigrante gambiano de tan solo 22 años murió ahogado por la nueva peste, la indiferencia. Los vídeos grabados con la escena recogen algunas risas y bromas llenas de la misma peligrosa autocomplacencia.
Publicado en el número 3.022 de Vida Nueva. Ver sumario