CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla
Aquí, lo que hace falta es mano dura; poner a cada uno en su sitio, limpiar esto y lo otro. Lo que se necesita es más ceniza, y ponerla muy bien y honda en el corazón cristiano. Que esa ceniza es como levadura eficaz llena de vida, pues hace que la masa informe de la rutina, la indiferencia, la desgana, la posmoderna y la de todos los tiempos, la del egoísmo, la de la racanería en la ayuda al necesitado… Y no digamos nada de injusticia, de la violencia, de la inmisericordia en todas sus formas y durezas de corazón.
El paño húmedo de la ceniza es de lo más eficaz para quitar del candelero lo oxidado y herrumbroso, y que resplandezca en su propio brillo y auténtica naturaleza. No olvidarse tampoco de cambiar los espejos que nos están engañando. De lo contrario, como advierte el Señor en el Apocalipsis, no tendrá más remedio que cambiar de sitio el candelero.
Recordarán ustedes aquella atracción ferial que se conocía como el “salón de los espejos”, en el que era imposible reconocerse: el espingardo aparece como todo un gordinflas y la señora rellenita, muy delgada y favorecida. El engaño es evidente. La ceniza tiene la virtud de hacer que uno vuelva a la realidad, como persona hecha a imagen de Dios, igual que su hijo Jesucristo.
La Cuaresma es tiempo de autenticidad, de retornar a la primera imagen de bautizado y redimido y adornado con los dones y frutos del Espíritu, que son los de la justicia y de la misericordia, de la paz y la reconciliación. Detrás de la ceniza hay un rescoldo que los vientos cuaresmales hacen revivir y encender de nuevo, gracias al fuego del Espíritu de Dios.
La Cuaresma es tiempo de conversión, de retomar el buen camino, de mirar mucho a Dios y obedecer el mandato siempre actual del amor fraterno, del cuidado de los pobres. Como decía el papa Francisco, la Cuaresma es para todos “un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales, tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar”.
Publicado en el número 3.025 de Vida Nueva. Ver sumario
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