Un libro de José María Fernández-Martos, SJ (Mensajero). La recensión es de Benjamín González Buelta
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Título: Mi Biblia en las trincheras
Autor: José María Fernández-Martos, SJ
Editorial: Mensajero
Ciudad: Bilbao, 2016
Páginas: 256
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BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA | Al abrir esta “Biblia según José María Fernández-Martos”, nos sorprende un libro único, elaborado durante más de 40 años al dictado de la vida. Nombres propios de cárceles y de monasterios, de pantallas y calles, de artistas famosos o de rostros desconocidos, quedan grabados en los espacios libres como un tatuaje, para que duren y no se los lleve la corriente del mundo líquido ni la velocidad digital que devora los encuentros. Firmas de existencias en los límites del naufragio o del éxtasis se aferran a las esquinas de las páginas como manos al borde de una barca, para permanecer sumergidas en el misterio del amor que todo lo redime.
Las páginas están aradas por líneas de colores diferentes, trabajadas en distintas etapas de la vida. Desde esos surcos florecen en los márgenes imágenes de innumerables situaciones humanas. Toda la creación busca su espacio: rocas grises, árboles de inviernos y de podas como esqueletos, y ramas rebosantes de frutos y de nidos; la intimidad de los amantes en su dicha y la locura de los profetas desgarrados por los conflictos que han saltado de la calle, de los palacios y de los templos hasta su propio corazón, donde pelean sin sosiego; las pequeñas iglesias solitarias en paisajes de silencio y los rostros de los mártires que se han perdido en la levadura nocturna para ser parte del pan que mañana compartiremos todos. Toda la realidad aparece ya reconciliada en el Jesús resucitado hacia el que todavía todo está en camino.
En espacios mínimos se apiñan referencias innumerables a otros textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Si los seguimos, empezamos a tejer una red invisible por la que circula la vida de Dios y su manera de salvarnos en las expresiones más insólitas, moviéndose entre los siglos con fidelidad a nosotros y a sí mismo. El Jesús que nace en Belén, expuesto y vulnerable, sometido a los edictos del Imperio y a las intrigas de Herodes, es el Hijo encarnado del Padre humilde que buscó a Adán y a Eva, confundidos y desnudos, y les abrió las puertas del futuro con una pregunta llena de respeto y ternura: “¿Dónde estás?”. Es la misma humildad de la mujer que barre la casa para rescatar de la basura la moneda perdida, y la del pastor que carga con la oveja. Dios encarnado lleva para siempre en sus hombros el olor a oveja, y la oveja nunca podrá eliminar de su piel el olor a Dios.
En medio de una “cultura seductora”, que nos deslumbra con las apariencias y la fugacidad, esta Biblia nos enseña a reposar la mirada en la hondura de toda intimidad, en el dinamismo insobornable de vida eterna que ya ahora moviliza todo desde dentro sacándolo de marasmos inconsistentes, y lo orienta hacia el único horizonte del Reino de Dios. No hay situación ni persona donde Dios no esté comprometido y no pueda ser contemplado. Los “ojos perfectos” de Balaán (Nm 24, 3) son los que, libres de apariencias, amenazas y promesas, saben ver la fortaleza del pueblo frágil de Israel que acampa en el valle. Con la misma mirada, Isaías invita a su gente a contemplar cómo se abre la tierra y brota la salvación que madura en los surcos del exilio (Is 45, 8).
Contra toda evidencia, en un espacio descalificado, Jesús ve cómo el Padre trabaja creando vida nueva en el enfermo desahuciado al borde de la piscina de Betesda, lejos de las calles festivas de Jerusalén (Jn 5, 19-21). Dios trabaja escondido en el abajo de la realidad, no ausente, y ahí podemos encontrarlo. El “místico de ojos abiertos” lo busca porque es la pasión de su vida.
Vida transgresora
Detenemos el corazón en los dibujos y en las escenas que evocan porque llevan dentro un secreto de vida transgresora que se esconde al ojo depredador, acostumbrado a decodificar con dominio una imagen en tres segundos, a trasladarse sin sosiego y divertido a otros mundos deslizando el dedo sobre la pantalla, y a abrir o cerrar la comunicación con contraseñas electrónicas. El misterio mana cuando encuentra las puertas abiertas y los segundos distendidos. “No hay nada profano para el que sabe ver” (T. de Chardin).
Mirar de esta manera solo es posible cuando se ama el mundo con sus límites, diversidades y confrontaciones, como Dios lo ama. No existen situaciones des-graciadas, separadas de la gracia de Dios. Más hondo que el mal, en la hondura, emerge la ternura limpia y nueva de Dios por el centro de cada ser humano.
La Palabra se ha hecho carne en Jesús y se sigue encarnando en nosotros. En esta Biblia, innumerables horas de gestación en la soledad sin testigos del “místico de ojos cerrados”, de encuentro con el Tú inagotable, se esconden dentro de cada signo original, hasta que llegó el momento de nacer humildes en el silencio de las páginas.
Publicado en el número 3.027 de Vida Nueva. Ver sumario