Señales de humo en Añastro


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Cuando despertaron, la zarza aún humeaba. Iba a dar comienzo la Plenaria para la renovación de cargos al frente del Episcopado cuando, casi imperceptiblemente, se fue formando una pequeña nube sobre la mesa presidencial, de la que surgió una zarza ardiente. Lo demás debió ocurrir mientras dormían.

Al despertar, cada uno sabía ya cuál era su función y el lugar que ocupaba ahora en el renovado organigrama. El presidente asintió con gesto agradecido, el vicepresidente se puso a su servicio, el Ejecutivo se abrazó y los de la Permanente se entendieron sin decirse ni una palabra…

Pero no, realmente, la última Asamblea de los obispos españoles no discurrió por estos derroteros, como se creen algunos, empeñados en privar a estos hombres de sentimientos comunes en el resto de los mortales, como pueden ser las filias y fobias, las estrategias y los intereses comunes, eso sí, al servicio del Evangelio.

Ciertamente, la de Añastro no se ha convertido aún en la casa de las dagas voladoras, pero en las últimas semanas sí que se ha visto algún que otro brillo de navaja. Y si reparamos en algunos nombramientos, sobre todo en las comisiones episcopales, cuesta más creer en ese angelismo que nos quieren vender, que en un simple y muy humano intento de meter el dedo en el ojo de terceros.

Tampoco es para escandalizarse mucho. La fe de los sencillos pasa por encima de esto o la tocata y fuga de cardenales críticos con Francisco.

La comunión es fatigosa y, la unidad, un desiderátum que necesita recorrido y voluntad. Y aún tenemos lances recientes en nuestra Iglesia donde a los obispos se les veía fieramente humanos. Hubo un tiempo en que Guerra Campos se ausentaba de las plenarias que presidía Tarancón. No era nada personal. Solo que, con el purpurado levantino en Madrid y Pablo VI en Roma, nuestra Iglesia estaba en proceso de “protestantización”, y sus organismos, “albergando la oposición al Magisterio”. Como ven, nada nuevo…

Publicado en el número 3.029 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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