No, no es fácil que, cuando se quiere bajar a la Iglesia del callejero, suban a las esquinas de plazas o travesías a algún cura, y menos a un obispo. Pero el barrio madrileño de Vallecas, que no anda sobrado de fe en la institución, sabe reconocer la entrega cuando se la topa cara a cara.
Hace poco más de un año lo hizo con Julio Lois, un cura gallego que hizo del barrio su casa y este, para llenar su vacío, lo sembró de césped y le plantó árboles para seguir disfrutando de su sombra en una recoleta plaza. Y ahora, menos de un año y medio después de su fallecimiento, la memoria de Alberto Iniesta revivirá en otra placita del distrito.
Curioso que sean lugares humildes como estos los que más guarden la memoria de quienes dan la cara por su dignidad. Curioso que ellos nos señalen como profetas callejeros a quienes los suyos, en tiempos de mudanza, han depositado en el rincón de los trastos viejos, de donde solo un puñado trata de rescatarlos para devolverles la dignidad que se merecen.
En el mismo barrio vallecano se acaba de celebrar una jornada en memoria de quien fuera obispo auxiliar de Madrid. Para que esta perdure un poco más, se ha editado el libro Alberto Iniesta, una caricia de Dios en las periferias, publicado por Herder. Esta obra es más que una oportunista iniciativa al calor de la nostalgia. Supone un esfuerzo por desempolvar la grandeza de un obispo que se tomó en serio el Vaticano II y se dejó guiar por él.
Ambos ignoraban lo que esperaba a la vuelta de la esquina, por lo que, recuperado un tanto aquel espíritu, la actuación de Iniesta –que tantos sufrimientos le ocasionó a él, pero también a quien era su arzobispo, Tarancón– se ve hoy con una gran carga de profecía y modernidad. Quizás por eso, por su lenguaje que no envejece, los dos pastores están hoy en el callejero de Madrid. En sus páginas los pueden encontrar ya, más que en los libros que se estudian en los seminarios.
Publicado en el número 3.030 de Vida Nueva. Ver sumario
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